Cuando comenzaron los rumores sobre el posible fichaje de David Beckham por el Real Madrid, me pareció una excelente noticia. Siempre me gustó Beckham por su manera de jugar al fútbol y lo que he podido ver desde que llegó a España hace que me agrade mucho más. David es una maravilla de la naturaleza cuando lleva un balón pegado a los pies, sabe pasar como nadie y ya lo ha demostrado en corto, de lejos, en horizontal, en largas diagonales o en pelotas paralelas a las bandas; guarda uno de los mejores tesoros en sus piernas cuando se trata de centrar sobre las áreas, de bombear o de lanzar centros tensos, con la seda de un guante si es con la derecha y por el interior o con la fuerza de un hierro siete si lo hace con la izquierda por el exterior. Sus ojos miran al gol, su fuerza reside en el pase de gol. Beckham encarna todos los valores que se precisan para triunfar en el madridismo, para llegar al corazón de los blancos. Además de sus cualidades innatas desde un prisma estrictamente técnico, de sus valiosas apariciones tácticas a la hora de pisar el área sin previo aviso, este rubio londinense pelea, lucha, trabaja y corre como el que más, defiende con ardor guerrero y se parte la cara en las ayudas a sus compañeros. No se le caen los anillos por cubrir la espalda de Michel Salgado o por acudir en defensa de Cucho, disfruta con su generosidad en los pases de gol y mira con admiración hacia las tribunas buscando el cariño que necesita recibir, equivalente en ocasiones a lo que David da. Se esfuerza como Makelele, la toca como Zidane y lo siente como Raúl. Beckham está entrando en el alma de los madridistas a base enseñar su mejor fútbol. Será a Florentino Pérez y a José Angel Sánchez a quienes le importe mucho si vende medio millón de camisetas o un millón con el 23 a la espalda. Al socio, al abonado, al seguidor, lo enloquecen la calidad y el esfuerzo de los grandes jugadores. Sus aspectos exteriores, su otra vida, no nos interesa. Solo verlo jugar para gozar. Para mí es una bendición del cielo.