Mitad valencianista, mitad madridista, fue corresponsal del “Deportes” de Valencia y cubrió las Copas de Europa de Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento. Ha sido un hombre de bien, de ideas claras y firmes, opinables como todas, humanista cristiano, enamorado de la vida y del trabajo, de sus amigos y de su familia, del fútbol y del balonmano a once. Sus cuatro millones de libros vendidos no ocultaron su verdadera vocación de profesional del dominó. Si ayer, al recibir sepultura en el bellísimo paraje de Navacerrada, hubiera visto a Gómez Angulo le hubiera exigido que lo elevase a la categoría de deporte olímpico. Olímpicas fueron sus partidas con Antonio Buero Vallejo, una de las plumas con las que aprendí a leer, y cuya viuda, Victoria, no faltó a la cita en la sierra de Madrid: “Ya estarán juntos jugando la partida”. Como la jugó muchas tardes en el Arcipreste con Buero y en La Nava Real con Jesús Prieto. Vizcaíno Casas fue abogado de la RFEF y cuando le preguntaron de qué equipo era, respondió con su contundencia habitual: “Del Madrid, como cualquier persona decente”. Tuvo que salir al paso Vicente Calderón para explicar que su amigo no había querido ofender a los que no fuesen del Madrid. Había que entenderlo y quererlo como era. Vizcaíno opinaba a su manera, con arreglo a su tiempo y a su inteligencia pero jamás impuso su punto de vista. Lo conocí y lo traté a través de su hijo Eduardo, mi buen amigo Eduardo, y aprendí a quererlo así, en un afecto de doble dirección, mientras él se preocupaba por escucharme en la radio y leerme en el Marca, porque Vizcaíno Casas desayunaba con el Marca, como media España. “Que vuelva Del Bosque”. Eduardo, su biógrafo, le decía “Papá, si el Madrid ha ganado 3-0”. Y la respuesta siempre era la misma: “Da igual, que vuelva Del Bosque”. Ahora, Buero Vallejo intentará ahorcarle el seis doble sobre una nube y Del Bosque y muchos más lo echaremos de menos con el corazón. Hemos perdido un lector, un amigo y, sobre todo, un hombre coherente pero hemos ganado su experiencia vital.