Hace ya casi dieciocho años que Maradona inventó un regate más fuera del campo para justificar lo injustificable dentro del terreno de juego. La tristemente famosa “Mano de Dios” dio la vuelta al mundo envuelta en el ropaje de la idolatría y la servidumbre pagana hacia una trampa encarnada por el símbolo, por Maradona. Rendición ante el ídolo: la mano era ilegal pero, por el mero hecho de ser la de Diego, se convirtió en divina y la trampa pasó a ser habilidad, picardía o saber hacer, es decir, elogiable. A mi juicio, la trampa es trampa y el delito es delito independientemente de quien lo cometa. En el fútbol no se lleva esta historia de defender el juego limpio en contraposición a todos los que han alardeado o se han hecho ricos usando el juego sucio, es decir, la trampa constante. Quizá por ello, cuando vi las imágenes de Del Horno, Mista y Xisco intentando alterar el lugar desde el que debía lanzarse el penalti , comprendí que lo que prima en nuestro balompié es la trampa. Esto se llama alteración voluntaria del terreno de juego y la norma debe aplicarse sobre la base de conducta contraria al buen orden deportivo, es decir, amonestando con tarjeta amarilla a los dos jugadores y requiriendo al personal del campo para que repare el daño causado en el terreno. Porque el penalti sólo puede lanzarse desde ahí. La mano de Diego fue trampa, la actitud de Del Horno, Mixta y Cisco también y convendrá que se apliquen más en beneficio de la ley que en su contra. So pena de que se les llame, y con razón, tramposos, al margen de que se convierta o se falle el penalty. O todo trampa o todo ley.