Sería injusto extraer conclusiones del primer ensayo serio de la pretemporada pero más aún lo sería exacerbar unos méritos inexistentes que condujesen a equívoco. La primera aparición de Beckham ante el público español no pasó de una actuación bastante discreta que ha repercutido en el resto del equipo al desplazar a Figo de su sitio habitual a la banda contraria. De lo que vi, me quedo con la actuación soberbia de Iker Casillas, un guardameta de rango internacional al que nadie incluye entre las megaestrellas del Real Madrid cuando su rendimiento resulta constante y brillante. Creo que Pavón se irá asentando paulatinamente en la titularidad y que parece posible que Guti o incluso Beckham alternen el puesto de medio centro. Las opciones de adelantar a Helguera o de fijar a Cambiasso parecen menores. A mí no me encantó el Madrid ni me pareció que el inglés, eje de todas las miradas, diera el diez por ciento de su talla en un partido de verano, en un bolo montado sobre los intereses económicos. El partido sirvió para contemplar un estadio medio vacío, una afición que le ha dado la espalda al presidente Ortí, un equipo poco reforzado pero que sigue defendiendo muy bien y que puede atacar mejor Oliveira y un Madrid que nos deja las dudas propias del mes de agosto. Si ganar en Mestalla en la tanda de penaltys, salvados por tres postes y cuatro paradones de Iker, debe confortar al madridismo, que sepan de antemano Queiroz y los suyos que no lo van a conseguir. Si se ficha a los mejores futbolistas del mundo es para que ofrezcan el mejor fútbol del mundo y para que ganen jugando muy bien, es decir, como ellos saben. Por eso, al portugués le queda mucho trabajo de entrenamiento con unos futbolistas que casi se pueden alinear solos. El Bernabéu es paciente antes de dictar sentencia pero, una vez que lo hace, su palabra resulta irreversible. Queiroz debe saberlo. El Bernabéu es más exigente que Old Trafford.