Al Real Madrid de los galácticos y al palco de Florentino Pérez le han llegado los primeros silbidos en cuatro años. La disconformidad del público con el rendimiento de su equipo se ha visto traducida en una protesta global del estadio contra el entrenador, el equipo y, en último lugar, hacia el palco. El proyecto iniciado hace cuatro años se ha cumplido de forma concreta, tanto en la parcela económica en la que el éxito ha sido rotundo, como en la deportiva, en la que se han conseguido todos los títulos excepto la Copa del Rey. El Madrid ha recuperado una imagen social de comportamiento y ha visto seriamente reforzada su posición en el fútbol español e internacional. Se ha convertido en la referencia del fútbol mundial. Por ello, y siendo razonables las quejas del personal, debemos evaluar en su globalidad los resultados de una labor directiva que recuerda más que nadie la seriedad, la eficacia y el rigor de Santiago Bernabéu. Al proyecto de Zidanes y Pavones le falla la aplicación y no el concepto de mezclar a los mejores jugadores del mundo con los nuevos valores de la mayor cantera de España. Queiroz no resistirá, a mi modesto entender, otra temporada en el banquillo y el dilema presidencial se dilucida entre apostar por la coherencia de mantenerlo o por el interés general de la sociedad, que reside en sustituirlo. Queiroz goza de un único aval, su escaso coste económico, pero es verdad que no ha sabido interpretar la filosofía del club. Dicho con el máximo respeto, el Madrid le ha venido muy grande, al margen de que gane la liga o la pierda. Las opiniones son libres pero los hechos son sagrados y esos hechos hablan de éxito en una labor de cuatro años que el madridismo sabrá aplaudir en las urnas. La tarea del ingeniero Pérez Rodríguez estará completa cuando el club contemple la nueva Ciudad Deportiva finalizada. El fracaso de no ganar nada una temporada debe sustanciarse con la exigencia de responsabilidades en la parcela deportiva. Y ahí sí hay materia para el análisis.