Enrique Cerezo ha producido un giro a la tranquilidad, a la paz social en el Atlético. El nuevo presidente ofrece una imagen de serenidad, de control de la situación, que resultaba desconocida hasta la fecha en la casa rojiblanca. El nombramiento de Toni Muñoz como nuevo director deportivo constituye todo un acierto. Este es un mérito de la familia Gil, que supo encontrar dentro de su equipo un hombre discreto, trabajador y conocedor como pocos del mercado nacional e internacional así como de las cualidades del fútbol base rojiblanco. Toni ha sondeado terrenos, ha hablado con medio mundo y los frutos de su trabajo no se han hecho esperar. Tras la salida, no menos convulsa, de Paulo Futre, la aparición de Toni ha aportado una sensación de buen hacer en los fichajes y, sobre todo, la idea de que las cosas tienen un por qué, es decir, que se ficha con rigor, con sentido y en virtud de las necesidades más claras del equipo sin que ello implique una política derrochadora en las inversiones. Nikolaidis, Arteta, Musampa, Simeone o Ibagaza son ejemplos buenos, bonitos y baratos. Ni que decir tiene que la marcha de Luis, al margen de su valía siempre opinable, terminará por serenar un ambiente que siempre ha parecido tenso. Si Jesús Gil es capaz, por fin, de dejar trabajar a los profesionales, a los especialistas, estoy convencido de que el Atlético luchará por los títulos de todas las competiciones. Será conveniente que en estos nuevos tiempos, e independientemente de los movimientos accionariales, se respete el trabajo colectivo de los nuevos directores en sus respectivas áreas y, de paso, podrán aprovechar para hacer una cierta limpieza en el palco, donde suelen verse personas que ayudan poco a la causa atlética pero presumen de rojiblancos desde el día en que nacieron. La familia Gil está ante su mejor oportunidad de la historia. Para hacer historia.