El nuevo presidente del Gobierno de España ama el deporte, lo sigue, ha sido espectador privilegiado en muchas competiciones y recuerdo haber compartido con él una legendaria ascensión a los Lagos de Covadonga, cuando la Vuelta Ciclista a España estaban en las manos generosas del añorado Enrique Franco y del genial Manolo Díaz. Rajoy tuvo también la amabilidad de invitarme a su toma de posesión como ministro de Cultura.
Lo considero un hombre de excelente formación, de gran experiencia política, tanto en el poder como en la oposición, con amplia visión de Estado y con capacidad y disposición para tomar decisiones. No le tiembla el pulso.
Cada día leemos nombres para todos los puestos. Me consta que a Mariano Rajoy le incomoda la gente que se deja mecer por apariciones innecesarias o prematuras en los medios o deja volar rumores sin causa. Los cargos y sus dueños habitan sólo en su cabeza.
La presidencia del Consejo Superior de Deportes se ha convertido en un bocado exquisito; un puesto poco político; apenas desgasta y permite convivir con un sector social que se divierte alegrando a sus sufridores conciudadanos. La designación del Secretario de Estado para el Deporte, de altísima relevancia, depende directamente del presidente. Será, por ello, decisión personal de Rajoy. Entiende, le gusta y conoce el deporte. Lo ama. Y el amor es la mayor alteración psicosomática que un hombre puede disfrutar (o padecer) a causa de sentimientos o sensaciones. Por lo tanto, el nombramiento requiere de la razón sin descabalgarse de los afectos. Necesitamos su acierto pleno para convivir y progresar. Se lo deseo sinceramente.