Guardiola dibujaba sobre la hierba palomas de la paz en cinco trazos. Le vi hacerlo en el antiguo Wembley, a la sombra de aquellas emblemáticas torres del fútbol mundial, y lo rebauticé con el apodo del genio malagueño porque pintar con la pelota acciones de pensamiento inaccesible se enmarca en la belleza del arte.
El camino que ha recorrido determina la filosofía de una idea. Los clubes existen apoyados en dos pilares, el sentimiento de sus aficionados y la idea de sus directores. No resulta frecuente que un recogepelotas se convierta en capitán del equipo y, después, en su entrenador. Dice mucho acerca de la filosofía de la entidad y del sentimiento que genera entre su gente. Todos los niños han soñado alguna vez vestir la camiseta de su equipo. La estructura del club es la que fomenta y facilita ese ADN futbolístico, guardado para los elegidos. Son el fruto de la idea, de un criterio estructural que, ahora, ha designado sucesor en la continuidad del pensamiento. Una decisión que, acertada o no, preside la coherencia.
Guardiola fue siempre ganador como futbolista, con su club y con España, y como entrenador. Ha sembrado un estilo adaptado a jugadores excepcionales, campeones de todo, que le han ayudado muchísimo; sin mimbres, no hay cesto.
Pep deja en el aire el espíritu de Picasso, el pensamiento de Cruyff y, en especial, lega su propio ideario, su sello guardiolista. Intuyo que regresará de traje, con esas corbatas estrechas y sus medias levitas. Sospecho que le pasó el tiempo de obedecer; se irá con su música a otra parte, música picassiana, y volverá.