Todos hemos lamentado que el partido Bielorrusia-España no se televisara. Primero, por el deseo de los ciudadanos de ver a su equipo, ese que aúna sentimientos e identidades. Además, por el espectáculo ofrecido por la Selección. Será difícil ver una exhibición de fútbol perfecto como el que la España delbosquiana ofreció en Minsk. Fue una maravilla para los sentidos y un privilegio para quienes tuvimos la enorme fortuna de estar allí. El fútbol tiene su precio y hay que pagarlo.
No vimos un partido más. Fue un tratado completo de hambre de balón, de ambición, de deseo, de una necesidad imperiosa de tener la pelota cruzando de un lado a otro del terreno de juego a una velocidad de vértigo. Pocas veces, quizá ninguna, vimos correr el balón a tanta velocidad sin confundirse de pies. De las botas de los españoles salían pases cortos como misiles, de pie a pie, de hombre a hombre, como una sinfonía extraordinaria.
La Selección no sólo ofreció eficacia sino también belleza, plasticidad, estética, en una palabra, arte. Este fútbol que lideran los “Príncipes de Asturias” asombra por su filosofía.
Cuando Iker y Xavi recojan ese premio maravilloso y más que merecido, cuando sientan los acordes del himno del Principado de Asturias en el solemne teatro Campoamor, cuando se les ponga la carne de gallina, cuando pronuncien ese “Puxa Asturies”, lleno de españolidad secular, estarán tocando la gloria. Nos hacen sentir la felicidad y eso, en estos tiempos durísimos, se agradece. Por eso, estoy deseando que llegue mañana y esa noche mágica de Oviedo.