En los últimos cincuenta días, he podido ver doscientos telediarios, cien tertulias, escuchar siete docenas de programas de radio y he leído, indefectiblemente, cada amanecer seis periódicos. Aún así, sigo vivo de aquella manera y aun no he sentido la necesidad de visitar al psiquiatra, aunque no descarto hacerlo en las próximas horas.
Asesinatos, violaciones, xenofobia, racismo, narcotráfico, kamikazes, gentuza que gasta el dinero de los trabajadores en prostitutas y cocaína, acusaciones de corrupción entre formaciones políticas, sentencias de financiación ilegal… ¿Dónde vivo, dónde moro, dónde habito? Tantas horas de televisión, sin contar las basuras pestilentes de vidas vacías, tantas páginas de tableta, tantas palabras sobrevoladas desde Internet, me han causado una sensación de zozobra.
No se trata de eliminar al mensajero, por más que entre ellos encontremos incultos, irresponsables, tendenciosos o vendidos. También contamos con personas responsables, bien formadas, interesadas tan sólo en que la verdad nos haga libres, valientes, coherentes y dignos de ser escuchados, vistos y leídos.
De repente, aparecen los deportes. Ganamos en balonmano, exhibiciones en baloncesto, regresa Rafa Nadal, vamos recuperando a Iker, vemos goles como soles y soñamos con Madrid 2020…
Disfrutamos de la Selección campeona, de los valores que transmiten Del Bosque y sus chicos y todo ello me hace reflexionar. ¿Es el deporte nuestro psiquiatra nacional? ¿Por qué no aplicamos al resto de la actividad diaria la misma receta antes de que los ciudadanos dimitan de sus deberes? El deporte no es lo único pero sí de lo poco que escapa a la crueldad cotidiana.
Y, por favor, díganle al chic@ del tiempo que deje de poner borrascas, que ya vale.