Los problemas del Sporting son estructurales. Hace casi tres años que reflexioné sobre el futuro del club y la realidad del equipo, salvado milagrosamente en la última jornada, ante un Recre descendido. Esa era la fecha para tomar decisiones que no se tomaron. Año 2009.
La primera consistía en la organización de la institución con un área deportiva en manos de profesionales competentes. El miedo a las críticas hizo que no se cortara por lo sano. Ahora, la gangrena del descenso lo invade casi todo.
Los responsables deportivos fueron de colegas con los futbolistas, despreciaron Mareo, el gran activo del Real Sporting, y se dedicaron a fichar a golpe de talonario inexistente un mal defensa en Uruguay, un mediocre delantero en Chipre o un media punta creyendo que era delantero centro. Ignorancia profunda. Perversión y dureza facial. Así se ve hoy este club que aprendí a amar desde mi infancia, vivida en rojo y blanco. Nada genera tanta ilusión como caminar la playa y cruzar el parque con la bufanda o la camiseta para llegar a El Molinón, animar al Sporting y cantar el “Gijón del alma”.
Se necesita una reforma estructural, un plan de negocio deportivo, económico y social. Y mucho aire fresco. Con una de las mejores aficiones del mundo, el club está obligado a renovarse y planificar con criterio y firmeza el futuro inmediato. Clemente era una pieza mínima en este movimiento. Creo que ni Ferguson podría salvar a una plantilla desequilibrada, hecha sin pies ni cabeza y anestesiada en la derrota.