Se ha puesto de moda un debate sobre la calidad del Barcelona de Guardiola y el fútbol que ejerce ahora, de la mano de Tito Vilanova. Debate estéril, a mi modesto entender. No soy capaz de concebir a Pep sin tener al lado, o pegado al teléfono, a Tito. En todos los partidos, en cualquier momento del encuentro, Pep miraba a Vilanova y le preguntaba su parecer. Su segundo era la referencia en los noventa minutos y me imagino que planificarían juntos los métodos de trabajo y las sesiones de entrenamiento. Tengo la impresión de que Tito era tan importante como Guardiola.
Esta forma de trabajar engrandece la labor de ambos. La conjunción profunda entre dos personas permite un grado de seguridad superior puesto que dos expertos ven más que uno y aquí parecían ambos un sólo técnico con cuatro ojos. Además, dice bastante de la humildad del superior y de la lealtad incuestionable de su más directo colaborador. En un mundo de vanidades, como es el fútbol, ambos formaban una pareja difícil de encontrar.
Pep ha sido un gran director técnico. Inteligente, observador y representante, por su carisma, del fútbol de autor. Tito tiene todas sus virtudes y a ellas ha añadido la perspectiva vital que da superar una enfermedad que suele conducir a la Eternidad. Tito tiene poso. Ha arriesgado y mejorado lo anterior, al margen de los títulos. A mí me parece diferente. Porque el Barca de Pep es también el Barca de Tito. Y el Barca de Vilanova tiene muchas cosas buenas de Pep pero la personalidad pertenece a su entrenador actual. El carisma de la sencillez.