10 Jun, 2010

Un buen estudiante

Han pasado ya algunos años, bastantes, desde que Ángel Mari Ansó, director comercial de los hoteles NH, amante del fútbol, viajero infatigable que ha seguido a España por todos los rincones del planeta, me llamó para decirme que había visto pitar en categoría regional, en Navarra, a un chico extraordinario. Al poco tiempo, Ángel Mari me llevó a verlo allí cerca de Pamplona. Era un muchacho seguro, cauto, prudente y firme, capaz de controlar un partido con la autoridad que se impone desde el respeto, el conocimiento y la capacidad de comunicar sin aspavientos ni subidas de tono. Fue la primera vez en mi vida que le pedí un recuerdo a un árbitro. “Cuando llegues a Primera, me gustaría tener tu camiseta”- le dije. Se llamaba Alberto Undiano Mallenco.

Como era de prever, subió. Y, de manera imprevista e inesperada, porque la gente suele olvidarse de las cosas, me mandó su camiseta, verde por más señas, que guardo con cariño y admiración. La memoria revelaba el detalle de considerar de manera especialmente agradecida a quien le había animado desde chico. Aquel chaval se hizo grande como persona, como hombre y como árbitro. Hoy, vive instalado en la sencillez, en la humildad, sin darle más importancia a sus merecimientos, tal vez porque cuando empezó a dirigir partidos por pura casualidad descubrió que la grandeza está en las pequeñas cosas, aquellas pequeñas cosas a las que un día cantó Joan Manuel Serrat.

Undiano estaba en regional y decidió iniciar sus estudios de Sociología. Cuando terminó la carrera, era un proyecto claro de árbitro capaz de traspasar las fronteras españolas. Decidió seguir su formación y se licenció después en Ciencias Políticas, siendo ya un personaje consolidado en el horizonte europeo. No estamos ante un árbitro más. España, el Comité Técnico de Árbitros, goza de un verdadero lujo. A los veintiséis años, pitaba ya en primera división y, a los treinta, lucía la escarapela FIFA, el cuerpo de élite de los colegiados universales. La designación para representar a nuestra nación y al arbitraje español en la Copa del Mundo de Sudáfrica entraña el reconocimiento y el mérito de quien ha sabido ganarse a pulso un lugar entre los más privilegiados. Nunca deberíamos cansarnos de agradecer a aquel compañero de instituto que, un buen día, decidió llevarse a Alberto al Comité Navarro de Árbitros. En una tierra donde hubo notables e importantes colegiados, el listón se situaba a una altura considerable. Undiano caminó paso a paso, sin grandes sobresaltos, sin portadas escandalosas, con arbitrajes sencillos que convierten la dificultad en algo aparentemente muy sencillo, como si el control del partido, la primordial función del juez, saliera solo. Y, sin embargo, detrás de todo ese abanico de recursos, detrás de cada partido, se guarda una rigurosa preparación física, técnica y psicológica. Porque, en este aspecto del fútbol, no se improvisa.

Este magnífico estudiante ya sabe lo que es pitar la final de un Mundial, pequeño pero Mundial con los sub-20. Lo hizo en Canadá en 2007. Como todos los árbitros, como todos los profesionales del arbitraje, sueña con dirigir la final de una Copa del Mundo, de las grandes. Esta vez, prefiere que la camiseta española del último partido de Sudáfrica sea la de los futbolistas. En ese ramillete de superárbitros que han estado en una final, un grupo de hombres que no llega a la veintena, nuestro personaje cabría perfectamente por su calidad, por sus condiciones, por su personalidad. Como cabrían perfectamente Fermín Martínez y Juan Carlos Yuste, sus dos auxiliares, con los que se entiende a la perfección y con los que, en el sagrado secreto del interior del partido, comparte en el intercomunicador alguna frase con chispa que jamás revelará. El sueño de un periodista sería, sin duda, poder grabar esas conversaciones entre el árbitro y los jueces de línea, meterse en el corazón del partido. Quimérico.

Seguramente, no seré capaz de permanecer indiferente cuando vea en el Mundial a aquel jovencito al que una buena mañana le pedí la camiseta en un modesto campo de regional. Sabré, sabremos entonces todos, lo que cuesta llegar a la cúspide sin sentir el vértigo ni el mal de altura. Contemplaremos, con certeza, a un hombre que representará, con su equipo, al fútbol español en la parcela más cuestionada e injustamente perseguida del deporte rey. Undiano es una garantía y un ejemplo para las nuevas vocaciones, capaz de compaginar los estudios, la familia, el trabajo y una ilusión, la de impartir justicia deportiva sobre un terreno de juego, portando debajo de su camiseta el verdadero sentimiento de La Roja. Cuando ese momento llegué, a Ángel Mari Ansó podría escapársele una lágrima, de esas que resultan verdaderamente inevitables. Memoria de sentimientos.