Escuchando a Fernando Vázquez en Radio Marca la víspera del derbi gallego entre el Deportivo y el Celta tuve una sensación agridulce cuando expresó un deseo en voz alta: ojalá en un futuro cercano los aficionados de uno y otro equipo puedan ir con sus hijos al campo del vecino a disfrutar del espectáculo sin ningún tipo de incidentes. Y volví a sentir, una vez más, envidia sana del balonmano.
Cualquiera que haya ido a ver un partido de fútbol, ya sea de Primera División o de categorías inferiores, ha podido observar cómo el grueso de la grada está continuamente descargando sus frustraciones personales en forma de insultos a todo lo que se mueva, ya sean árbitros, jugadores o aficionados del equipo contrario; mucho más desagradable se torna el asunto cuando se trata de chavales, en donde hay exabruptos hasta para el entrenador del equipo local (mi niño es el nuevo Messi y el míster no le saca) y la tensión se masca hasta extremos insoportables.
Tengo la fortuna de asistir con cierta frecuencia a partidos de balonmano de categoría alevín y, simplemente, es una delicia: padres, familiares y amigos de ambos contrincantes comparten la exigua grada unos pegados a otros, aplaudiendo siempre cualquier buena acción del partido, independientemente si la ha realizado uno de tu equipo o del contrario. Lo mejor del caso es que este ejemplar comportamiento, que debería ser lo normal en cualquier deporte en estas categorías en formación, afortunadamente se hace extensivo a la máxima competición; cualquier aficionado que visite el Polideportivo Príncipe de Asturias de Aranda de Duero sale encantado con la hinchada ribereña: el Autocares Bayo Villa de Aranda, un modestísimo equipo recién ascendido a la ASOBAL que lucha semana a semana por permanecer el próximo año en ella, cuenta con una afición de lujo: no solo es el ambiente que arman en la grada animando constantemente con tambores y trompetas, también es la espectacular deportividad que demuestran: ¿se imaginan escuchar en otro deporte gritos de ¡Portero Selección!… dirigidos al guardameta del equipo rival?
Somos actualmente los campeones del mundo en ambas disciplinas pero aquí se acaban las semejanzas: en términos numéricos no hay comparación posible: por cada licencia de balonmano hay cerca de nueve de fútbol en España, pero cómo desearía que no se invirtieran los papeles si hablamos en términos puramente deportivos, de educación, éticos en una sola palabra. Los verdaderos valores del deporte, por desgracia, ni se plasman en todos ellos ni tienen su reflejo en nuestra sociedad; parafraseando a Fernando Vázquez, ojalá en un futuro cercano podamos convertir la historia deseada de nuestro deporte, de nuestra sociedad, en una historia verdadera.