14 Sep, 2010

Victoria en las montañas al fondo de Buenos Aires

El Principado de Liechtenstein no tiene liga propia. Sus futbolistas son aficionados en su mayor parte y sus habitantes equivalen, en número al de cualquier bario de una ciudad española, treinta y cinco mil. Vaduz sigue siendo capital del capital, aunque no disponga de una competición profesional. Hasta las cumbres alpinas, llenas de crestas blancas, llegó España, La Roja, la Campeona del Mundo, para librar su primera batalla de clasificación para la EURO 2012.

Del Bosque hizo lo que esperábamos. Sacó su mejor equipo, encendió los leños para que la chimenea funcionase y la locomotora española tiró desde el primer minuto del recorrido hasta el último con idéntica intensidad. Ni un reproche sería justo, ni una censura ni un ápice de mérito menor del conquistado. Por conciencia y por sabiduría, España supo acometer el partido como debía hacerse, con el respeto a la competición grande de la que es Campeona en la actualidad. Desde esta noche fresca en los valles verdes de Vaduz, La Roja ha comenzado a defender su título continental, ganado en 2008.

Iker Casillas, con 113 partidos internacionales sobre su camiseta, lució aires de Arconada con sus impolutas medias blancas y el verde con el que levantó la Copa del Mundo hace menos de dos meses. Del Bosque prefirió dejar a Sergio Ramos en la banda derecha y darle a Carlos Marchena los galones defensivos, después de 51 partidos sin perder, para situarlo como pareja de baile de Piqué y darle la banda larga a Joan Capdevila, un futbolista al que las páginas deben comenzar a hacer justicia. Armó el juego desde Busquets, protector de Xabi Alonso, de Xavi Hernández y de Andrés Iniesta, y encargó el arte de la definición a Villa y Torres. Capdevila y Ramos doblaban y se desdoblaban, los creadores creaban, los puntas definían y resultó gratificante reencontrarnos en el Torres goleador, él, que venía de marcar en Anfield tras un Mundial en el que no se le reconocieron sus enormes méritos y sus brillantes eficacias. Dos goles como dos soles tras dos balones profundos que llevaban la chapa del éxito. Villa lo festejó con un cañonazo desde la línea de tres cuartos, Denominación de Origen Tuilla, y Silva cerró con una sutileza propia de aquellos que nacen a las orillas canarias del Atlántico soleado y genial.

La Roja no bajó su intensidad, llevaba cuatro goles y apretaba para buscar más. El equipo volvió a acreditar su espíritu competitivo y su carácter ganador. Del Bosque apenas salió del banquillo. Los seguidores que abarrotaron el Rheinpark Stadion de Vaduz aplaudieron porque venían como el que viene a ver una película de éxito garantizado o al concierto del grupo de moda. España toca y no desafina. Incluso cuatro saxofonistas nos tocaron el himno con primor y dedicación. Para que todo sonase bien.

Ahora, espera la guarida del lobo argentino, emboscado en sus últimos vaivenes, listo para abrir la cancha de River y enseñarnos las dos estrellas que lucen en su camiseta. El Monumental, como antes el Estadio Azteca, son obras de arte de la historia del fútbol universal. Son estadios que parecen hechos para que juegue España. Será un escenario digno de los campeones del mundo del 78, del 86 y de 2010. Un privilegio para los elegidos. La cancha de River encierra el recuerdo de Mario Alberto Kempes y de Daniel Bertoni, en aquella noche en la que democracia lloraba por dentro mientras alguien ahogaba los gritos de fuera. Ahora, ese mismo escenario se marca una cita con la historia como quien baila un tango por Caminito, busca librerías por Florida o refugio por la Recoleta.