“Se nos ha ido La Voz de los goles, la banda sonora del fútbol para varias generaciones que crecimos en aquella Antena 3 de José María García en la que descubrimos a un tenor de la narración –Alfonso Ussía dice que barítono- llamado Gaspar Rosety, quien daba sus primeros conciertos. Todos queríamos ser como él pero nadie lo logró, era imposible”. El responsable de Prensa y Comunicación del CAI Zaragoza, Arturó Sisó, recuerda de esta manera a quien fue su compañero.
Sus “buenas tardes desde…” irrumpían siempre en el transistor como una obertura. Empezaba la representación sobre un escenario verde y él nos lo contaba desde cualquier reducto llamado cabina de retransmisiones. Docenas de veces era en La Romareda de Zaragoza, con su inseparable hermano de ondas: “Qué bien suena este campo (Julio) Menayo” o “sonido Menayo, sonido Cope”, en el estilo más original de firmar el trabajo de un soberbio técnico.
Sus lugares comunes le llevaron a ser orfebre de la palabra y fotografiar las jugadas con un flash, greguerías visuales. Aquel “Guti Fruti”, el “más inútil que la primera rebanada del pan Bimbo”, su célebre “Raúl González Blanco, pata negra”, ese “hasta el rabo todo es toro” o el mítico “jugadores al túnel de vestuarios” con los que televisaba los partidos en nuestras mentes. Dos sublimes dentelladas de éxtasis radiofónico, “Malvinas argentinas y Gibraltar español” o “Viva España y viva Dios”, encarnaban el exceso hecho literatura en las ondas.
Recorrió las grandes cadenas de radio, pero también se embarcó en aquella aventura llamada Radio Voz, donde un puñado de jóvenes intrépidos e ilusionados seguíamos su canto como si sonasen las Trompetas de Jericó. Aquellos críos han llorado la desaparición del maestro, guardando su magisterio de radio y de vida. Luego, la cara y cruz de la profesión le hizo andar muchos caminos, abrir muchas veredas y navegar en cien mares hasta recalar en el Real Madrid y la Federación Española de Fútbol. Eso sí, en todo ese tiempo, estuviese en Madrid, Galicia o Andalucía, Gaspar nunca sacó de su alma la esencia de Asturias, su patria querida. Mirando la playa de San Lorenzo, allí donde el mar sí se puede concebir, o saboreando El Molinón de su Sporting, hasta perderse por las calles de Gijón, donde Antonio Miguel Albajara y José Luis Garci le dejaban pasear para Volver a empezar.
Entre sus innumerables amigos, Rosety contó con el afecto y la admiración de otro transatlántico de la narración, Víctor Hugo Morales, otro verso hecho radio. Era como escuchar a Plácido Domingo y a Luciano Pavarotti. Le hubiese encantado narrar un partido a dúo con el uruguayo en un impagable recital, cambiando las Termas de Caracalla por el Santiago Bernabéu.
Aunque nos habíamos visto ya en La Romareda, para mí Rosety se hizo carne mortal en el Sofitel Porte de Sevres de París, el 9 de mayo de 1995, víspera del día más grande del zaragocismo, la Final de la Recopa ante al Arsenal.“Fue el partido de mi vida, el partido soñado por cualquier narrador”, decía con orgullo.
Regresó triunfante del Parque de los Príncipes tras narrar el gol de “Gardel Esnáider” y la eterna parábola de Nayim –Yiyi, Yiyi, Yiyi- sous le ciel de Paris. Acuñó el término Zaramagia y coló en la narración un “Mohamed Ali Amar, aquí hay que mamar”, jugueteando con un cántico escuchado en el Carranza que le puso en bandeja la chirigota algo irreverente para las ondas episcopales. Aquella Recopa del Zaragoza sería especial en su vida, igual que Rosety lo fue para los integrantes de aquel histórico equipo.
Decía San Agustín que “si amas, no te equivocas”. Rosety amaba la radio, el periodismo, el derecho, a los suyos y a esa vida que vivió a sorbos o a tragos largos de generosidad, dejando el alma y el corazón en los que le rodeaban. Todo lo dijo como quiso y lo hizo a su manera. Porque él era La Voz.
11 de Marzo, 2016