Ni pretendo escribir más, porque es imposible, ni quiero elogiar más al maestro, su recorrido es intachable y punto. Tampoco sabría hacerlo mejor que el resto de compañeros que lo han glosado ya en estas últimas horas.
Su adiós nos ha golpeado, nos ha sobrecogido. Sólo unas líneas para despedirme de ti, Gaspar. Las muestras de cariño han sido unánimes (difícil en esta España de hoy en día), pero no quiero quedarme sólo en tu vida pública. Por encima de todo, Gaspar, eras un tipo que merecía la pena.
Periodista mayúsculo, por supuesto, e inventor de un estilo radiofónico que aún está en vigor y que nunca caducará. Ese ya es tu legado. Cuando se pone el alma, se tiene conocimiento, se trabaja y no se está dispuesto a bajar la cabeza, aparece algo más que un profesional: nace un líder como tú. Sí, eso por lo que te conoce la mayoría, pero la persona era aún más mayúscula que el profesional.
Tu frase, cuando levantabas el teléfono a uno de los tuyos, era siempre la misma: “¿En qué te puedo ayudar, amigo?”. Y lo grande era que lo hacías. No era discurso, era sentimiento. Eras la persona más fácil para pedirle algo. Ni querías el cromo de vuelta, ni necesitabas nada. Con la amistad te valía. Esa amistad de verdad, la buena. La que no necesita casi palabras. Una mirada cómplice y a correr. Como un contragolpe al primer toque entre buenos compañeros.
Gaspar, AMIGO, se nos ha quedado pendiente esa conversación profunda sobre la información y la comunicación, materia que tanto nos apasionaba. En la conferencia del Centro Riojano sobre ‘Derecho penal y deporte’ hablamos de no dejarlo pasar ni un día más, pero… Bueno, ya lo haremos. Mientras tanto, pon orden por ahí, en el cielo, y cuenta las cosas como son, como has hecho siempre, con buena voz y mejor fondo. Y por favor, AMIGO, echa un vistazo a todos los que dejas por aquí, que vamos a necesitarlo. ¡Hasta siempre, Gaspi!
7 de marzo, 2016.