16 Jun, 2012

Fútbol romántico

Gdànsk es un paraíso cuajado de historia, ciencia, filosofía y romanticismo; el lugar idóneo para rodar una película, desde el Westerplatte, donde se inició la II Guerra Mundial en septiembre de 1939 hasta La Taverna que ofrece vodka en las orillas del canal que conduce al Báltico.

España acertó con su sede y con los polacos de la zona, que tifan por La Roja, admiradores de su fútbol y su juego. Gdànsk es una ciudad de cine donde España lució contra Irlanda una verdadera superproducción al nivel de las mejores artes holywoodienses. Sabemos que Iker es nuestro santo predilecto, inigualable, insuperable, infinito. Y que Xavi es el heredero de Von Karajan o de Ricardo Mutti. Somos conocedores de la jerarquía de Xabi Alonso cuando se trata de mandar con sentido estético y anhelábamos los goles de Fernando Torres, por su bien y por mi egoísmo, y cerrar así el absurdo debate de quienes ignoran la esencia del balompié. Todos arropados por una defensa integrada, valiente y profunda, acompasada por la música celestial de Iniesta y Silva. No sé sabe si llevan batuta o varita mágica. Hechizan. Abducen. Embrujan. Enganchan. Fútbol adicción.

Si Gdànsk encarna el romanticismo histórico, Iniesta y Silva convierten el juego en un constante Concierto de Año Nuevo, como si disfrutáramos del partido en la Sala Dorada de Viena, donde conquistaron su Eurocopa 2008. Todo es armonía, paz, lujosa observación; todo es silencio para que su música resalte y teletransporte al ser humano allí donde sólo existen la quietud y el amor. Privilegio.