15 Ago, 2004

Los pecados capitales

En Vigo todos saben cómo es Horacio. Fuera de Vigo, también. Hace mucho tiempo que el presidente sólo escucha a aquellos que le lamen las manos y lo adulan. Esos ejemplares que rodean a Horacio no resultan buenos consejeros pero, al fin y al cabo, son los que él ha escogido. Hace mucho tiempo que, personalmente, adopté una postura crítica con Gómez. No siempre lo entendió y llegó a tomar medidas difíciles de comprender con mi periódico. Aquí, ciertamente, no se le ha bailado el agua porque ni uno está para esos menesteres ni es nuestra función. Lamentablemente, en el mundo del fútbol, mandan los resultados. Quiero decir que si ganas, aunque seas el peor presidente del mundo, la gente te aplaude y te lleva en volandas porque, al público, sólo le importa ganar. Si pierdes, es tu tumba. El periodista debe evaluar, con más frialdad, todo el conjunto de la gestión de un presidente. Por eso, contra corriente, entendí hace algún tiempo que Horacio estaba perdiendo el rumbo en muchos aspectos. Tuve la gentileza, o la estupidez, de ir a su despacho y explicárselo. No lo entendió, negó todo y siguió siendo lamido y relamido por aquellos a los que les paga un buen sueldo. Cuando despidió injustamente a Lotina, ignoraba las consecuencias porque ni él pensó lo que podía sucederle ni nadie de su entorno lo aconsejó. Antic no ha sido la solución, según denotan los resultados, y los aficionados empiezan a desertar de Balaídos. No hay peor sordo que el que no quiere oir y adular al presidente para evitar su enfado resulta comprensible sólo en quienes viven de él. Como ese no es mi caso, vuelvo a reiterar que Horacio Gómez Araujo compró el Real Club Celta de Vigo SAD pero no podrá comprar el celtismo ni el sentimiento celeste. Debe querer al Celta más que a sí mismo. No lo ha hecho. Y él lo sabe.