La descarada intromisión de los políticos, y de quienes sin serlo juegan a ello, ha dejado al descubierto sus profundas carencias y las más que incomprensibles ignorancias. Todos parecían desconocer que el fútbol ha sabido legislar sus propias normas, desarrolladas y reglamentadas, que cubren perfectamente cuanto se puede pedir en el marco de la lucha contra la violencia. En un afán marcadamente intervencionista, han despreciado al fútbol español. Craso error.
No es culpa del fútbol que la Comisión Nacional contra la Violencia no se enterara a su debido tiempo de que un grupo de radicales gallegos viajaban a Madrid para una cita con la muerte. En tal caso, pretende que le lama sus heridas el Ministerio del Interior, al que han echado la culpa injustamente, siendo la propia Comisión la primera que debería velar a priori, y no a posteriori, por la paz en el deporte. Hace muchos años que el fútbol se regula a sí mismo en esta delicada materia y su normativa general sabe trabajar en contra de los violentos a los que expulsa, reubica o aniquila. Venir a estas alturas con medidas políticas no ofrece garantía porque lo que siempre funcionó fue recurrir a medidas técnicas.
Mientras la Comisión contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia, culpa a la policía por falta de información y fracasa una vez más en su cometido, marcado por guías políticas, el fútbol español decidió por unanimidad seguir asumiendo sus responsabilidades. Los políticos no pueden aleccionar sobre aquello de lo que no saben. Da la sensación de que están mejor cuando callan. Al menos, en el deporte. Y, de paso, que dejen de colocar amiguitos.