El Real Madrid siempre ha dispuesto de los mejores futbolistas del mundo, desde sus inicios hasta nuestros días, desde Ricardo Zamora a Iker Casillas, de Puskas, Rial, Kopa o Gento a Del Bosque, Amancio, Juanito, Butragueño o ZIdane, desde Di Stéfano hasta Cristiano. Y ha gozado, en ocasiones, de entrenadores adecuados que han sabido extraer todo el potencial de millones desparramados sobre la verde alfombra del Santiago Bernabéu. En el Real Madrid, siempre sobraron millones y futbolistas de tronío.
Carlo está en esa línea de técnicos que, como Muñoz, Beenhakker, Del Bosque o Molowny, conceden el protagonismo al futbolista y dedican sus horas de estudio a la preparación de los partidos sobre una base común y ligeros retoques, inapreciables, condicionados por las circunstancias. Son hombres inteligentes, serenos, fríos y expertos, ajedrecistas del fútbol que saben comprender un tablero hasta el último movimiento.
Ancellotti ha aportado una tranquilidad imprescindible, una serenidad intelectual y una calma espiritual que el equipo demandaba. Ha sabido, como los grandes, ajustar el sistema a sus hombres y no al revés, ha preferido los hombres a los nombres. Todo lo hecho lleva una simbólica firma de tratado de paz. Y a cada uno le ha dado su sitio. No es tan fácil como parece colocar al rey junto a la reina, a ambos lados los alfiles, los caballos y las torres y, por delante, los peones. Carlo lo hizo con inteligencia y trabajo. Con serenidad.
Ha sido el gran vencedor de una gran batalla, de las que hay que ganar colectivamente. Como siempre fue en el Real Madrid. Ancellotti ha sido el gran ganador de la partida. Blancas juegan y ganan: jaque mate.