El Atlético ha sido siempre un grande de nuestro fútbol y lo será siempre, en Primera, en Segunda, como campeón o como último. La grandeza se refrenda con los títulos pero se gana día a día con la historia. Lamento sus avatares porque mi cariño hacia muchos de sus dirigentes, ejecutivos, empleados y seguidores es público. Desde mis inicios en el periodismo, disfruté de la amistad de sus futbolistas. Más de una noche, y más de cien, compartimos las copas del desaparecido “Ricorda” y hasta Enrique Cerezo es el presidente de honor de mi polémica y entrañable Peña del Asador Donostiarra; mi relación con la familia Gil, además, es excelente.
Regresa a España un hombre de compromiso insuperable con el vestuario y con la rojiblanca bordada en su piel. Diego Pablo Simeone representa la esencia del Atlético. El argentino está cosido a fuego al espíritu rojiblanco, la afición lo considera uno de los suyos y lo admira, lo quiere y lo idolatra.
Me alegra mucho tener al Cholo otra vez en Madrid. Tiene las ideas claras, no se arruga ante nada ni ante nadie; conoce la casa y a los caseros; y éstos a él. Lo tiene todo para triunfar, sabe el oficio, ha sido cocinero y fraile, profesional al máximo, aporta experiencia y ya ha sido campeón. Los futbolistas deben ser conscientes de que les toca convertirse en Simeones. Si falla alguien, no será el entrenador. Conozco bien a mi amigo. Es ganador por encima de todo y no soporta a los perdedores. Le deseo mucha suerte. El resto ya lo trae.