Tras algún tiempo de reflexión y de maduración de las ideas, he llegado a la conclusión de que aquel periodismo de investigación y contraste de informaciones que pusimos en práctica en el último cuarto del siglo pasado, ha pasado a mejor vida y que, a día de hoy, son excepcionales los medios y periodistas que se molestan en comprobar y confirmar la veracidad de sus informaciones.
He recibido hace unos días varios ofrecimientos para volver a la radio. En una de ellos, se me requería para formar parte de un equipo de opinadores a los que, con toda pompa y circunstancia, se les denomina analistas. En otra, se me brindaba la posibilidad de determinar la línea editorial de la programación en materia de fútbol y defender esa corriente de opinión mientras que la tercera y última opción ponía en mis manos la dirección de una cadena.
Para una persona que, como sucede en mi caso, ha pasado más de media vida delante de un micrófono no es cuestión menor la de pensar bien las causas y las consecuencias de aceptar o declinar estas proposiciones y, como es natural, dedico una parte de mi tiempo de cada día a meditar en las razones que guían a estas personas a poner mi nombre en alguna parcela de sus proyectos y realidades y si mis ilusiones para volver a empezar resultan suficientes.
Si analizamos el fútbol español, o el deporte en general, comprobaremos que hay buenos y malos que ya han alcanzado carácter oficial. Lo que hacen aquellos que hemos decidido que son buenos, siempre está bien hecho mientras que los malos oficiales actúan siempre mal. No importa nada que el bueno se salte un semáforo en rojo o que el malo ayude a una anciana a cruzar la calle. En España, se es bueno o se es malo y lo demás no importa. Y cuando escribo que no importa acudo a la literalidad de la expresión. No importa que un malo haga cosas buenas o que el bueno haga cosas malas. Todo está calificado de antemano, generalmente por el quién.
Cuando alguien es llamado a declarar como testigo, resulta que se le está investigando. Cuando un persona declara en calidad de imputada, ya está condenada. Y de nada sirve que después se aclare la inocencia de los afectados porque la noticia de la absolución o del archivo de un procedimiento no es noticia, es decir, ya no importa. Sólo tiene relevancia que los malos hacen el mal y los buenos el bien, es decir, que nuestros buenos y nuestros malos actúan siempre como queremos que actúen. Suelen ser buenos los ricos y poderosos que, además, son vengativos. Y suelen ser malos los inofensivos, aquellos que no pueden hacer daño con sus actuaciones.
Sigo reflexionando si, además de este maravilloso escaparate gallego, mi vida merece regresar al esfuerzo y a la incomprensión que supone, para un verso suelto como yo, volver al mundo del periodismo diario, a la agitación de la radio y a un tiempo donde mis principios periodísticos podrían estar pasados de moda. A diferencia de Groucho Marx y esos marxistas, yo no tengo más principios.
Suelo decir a mis alumnos de la Universidad Europea que “el periodismo es la ciencia de buscar la verdad y el arte de saber contarla, desde un procedimiento ético”. ¿Es posible hoy, en esta España plural de nuestro deporte, decir lo que uno piensa sin ser inmediatamente represaliado por los buenos o malos oficiales? Me temo que aún quedan por delante muchas horas de reflexión sobre el periodismo deportivo del siglo XXI.