El mundo del deporte anda muy revuelto. De repente, los principales tenistas de nuestro país se han negado a jugar la Copa Davis a causa de la presencia de Gala León al frente de la capitanía. No creo que sea una cuestión de machismo o feminismo sino de falta de fe. Las mejores raquetas no creen que Gala pueda llevarlos hasta la victoria y se han amotinado en busca de su sustitución. Gala León todavía no ha debutado y ya sido descalificada en multitud de ocasiones. Y la censuran los mejores tenistas del mundo.
Las chicas de fútbol femenino se han rebelado contra su técnico, justo cuando han conseguido el milagro de clasificarse para la disputa de un Campeonato del Mundo. Da la impresión de que este hecho no es relevante y lo que prevalece es que el entrenador las llama chavalitas o habla por teléfono en mitad de un entrenamiento. A las futbolistas, algunas de cierto renombre internación al, se les ocurrió que sería una buena idea plantarse en todo los medios de comunicación con una nota en la que exigían el cambio de Nacho Quereda y amenazar con no volver si no hay variaciones.
Confieso que no sé mucho de fútbol femenino ni de tenis. Ambos deportes me interesan, los sigo todo cuanto puedo y me gustan. Pero, de ahí a creer que los deportistas pueden dar un golpe en la mesa y deponer o nombrar entrenadores hay un trecho que considero ejemplar para el funcionamiento de una federación.
Los jaques periodísticos no conducen a ganar la partida. Se negocia mejor en silencio y con la prudencia por bandera. Se llega a acuerdos de forma mucho más sencilla cuando el dialogo discreto, cortés y sincero se antepone a las bravuconadas de las redes sociales.
Al fondo, se manifiesta la preocupante presencia de un aparato instigador de luchas en determinadas federaciones que sigue oliendo a política y no a deporte. Es deseable un poco más de inteligencia y un poco más de honradez. ¿De quién es la mano que mece la cuna?