En el fútbol moderno, pocas cosas sobreviven al vértigo que genera una semana de competición. El pasado jueves, vivíamos instalados ante una gravísima crisis institucional y deportiva en el FC Barcelona, con elecciones incluidas, y a la segunda derrota del Real Madrid en 2015, lo que hacía saltar todas las alarmas de los grandes de nuestro fútbol. El Atlético salía reforzado, cerca del liderato y con medio pie en las semifinales de la Copa.
Como casi nada supera esa barrera de la semana, hoy nos hallamos ante un Barça recuperado, ante un Real Madrid que ha vuelto al camino de las victorias y un Atlético que tropezó donde hace seis meses se proclamaba campeón de liga. Por lo tanto, los grandes y nuevos gurús del periodismo deportivo han podido inventar algo más en la refundación que lideran en nuestra vieja profesión: la verdad absoluta de un solo día. Mañana, ya no sirve y se aplica para cualquier otra situación. Con estos bueyes hay que arar, como decía mi abuela Carmen.
La verdad real, la única en la que podemos descansar nuestra fe y nuestras certezas, es bien sencilla. Las competiciones recorren largos caminos en los que atravesamos zonas ásperas y otras más gratificantes, en las que conviven amistosamente la victoria y la derrota, el buen juego y la tarde maldita, dioses y diablos. Ello demuestra que nada es absoluto y que, en nuestro fútbol, noventa minutos en el Bernabéu son muy largos, jugar contra el Atleti resulta muy difícil y ganar en el Camp Nou parece empresa muy complicada, aun en grandes crisis de unas pocas horas. Mañana, tendremos otra.