18 Nov, 2014

Cristiano y Di Stéfano

Ya se sabe que, en el fútbol, y en los medios de comunicación, especialmente, todo aquello que sirva para vender resulta bienvenido. Por eso, Cristiano se ha convertido en la joya universal para lucir obligatoriamente. Y no es para menos cuando una portada del futbolista portugués dispara las ediciones de los diarios deportivos. No me extraña que suceda así por múltiples razones.

En primer lugar, gozamos del privilegio de ver jugar al que hoy, sin duda, es uno de los grandes jugadores del planeta. La suerte de ver al mismo tiempo, Cristiano, Sergio Ramos, Iniesta, Xavi, Iker, Messi, Neymar y alguno más, nos pertenece por casualidad generacional, es decir, por la enorme fortuna de haber nacido en una época extraordinaria y vivir en un país excepcional. Hemos aprovechado la ocasión de estar en el lugar adecuado en los años precisos. Cristiano es extraordinario y atesora las mejores virtudes del futbolista universal. Ahora mismo, se ha convertido en el objeto de deseo intergaláctico pero sólo el madridismo lo disfruta en propiedad.

En segundo lugar, su marketing no deja de sorprender y alcanza cotas inimaginables para cualquier ser humano. Ni Nadal, ni Alonso, ni Gasol ni la mayor estrella del béisbol o del futbol americano ocupan tantas páginas, tantos minutos de televisión, como la estrella blanca. Parece razonable que sus abdominales, cuidados y mimados a ritmo frenético, provoquen el clamor de las masas, especialmente las femeninas, incluso de algunas masculinas.

Su envidiable y envidiada juventud, veintinueve inviernos y medio desde el 5 de febrero, lo sitúan en la cima del mundo. Lo tiene todo. Hasta su compañera es una de las modelos, y bellezas, más cotizadas de la Humanidad.

Sin embargo, las comparaciones periodísticas con Di Stéfano se me antojan un tanto prematuras. Don Alfredo ganó cinco Copas de Europa consecutivas, cambió el concepto del juego de su época, marcó un punto de inflexión en la historia del balompié y fue un futbolista total, según dicen los que jugaron junto a él y contra él, el más completo de todos los tiempos. No hacen falta cifras.

La “Saeta Rubia” fue un ejemplar único e irrepetible. Quizá, algún día, en un futuro, alguien vuelva a trazar la nueva senda de la historia, alguien que haga renacer el fútbol con otras coordenadas, otras ideas y otros sentimientos. Hasta la fecha, ni Pelé, ni Cruyff, ni Maradona, ni Puskas ni Kubala, ni mi queridísimo Luis Suárez, han podido ser calificados como sucesores del gran genio de Buenos Aires.

El hombre que llegó desde Barracas, el barrio de la iglesia de Santa Felicitas, no tiene ni tendrá jamás nadie que lo suceda en el Olimpo del balón. Y eso lo sabe todo el mundo. Aunque, por vender, que no quede. Dicho sea con el máximo respeto.