Me gusta el periodismo basado en el conocimiento y el criterio, el que vive en la sabiduría y la modestia y encuentra explicación sensata para las situaciones que la vida ofrece cada minuto. Aprecio el rigor y la seriedad y me descorazonan estas modas que improvisan opiniones sólo para crear discusiones. La reyerta nunca fue un género periodístico; en cambio, el debate, sí alcanza la consideración ética y filosófica.
De la reflexión propia y el debate compartido, nacen las reflexiones serenas, sensatas y analizadas, con argumentos favorables y contrarios, opiniones que responden a un criterio tamizado por la inteligencia. Una valoración concreta, razonada, argumentada y bien explicada es tarea fundamental del periodista. Debe asentarse sobre una información veraz, contrastada y objetiva pero no sobre el chivateo interesado o el tertulianismo pagado, poco pero pagado, al fin. Pocos son los que, con seriedad y valentía, se han atrevido a explicar lo que viene sucediendo, de verdad, en el fútbol español.
El ejercicio valiente del periodismo, contar aquellas verdades que no responden a la verdad oficial, dar cuenta de historias que están pasando pero que a muchos no conviene que se sepa, sitúa al periodista de hoy en el punto de mira de un rifle sin escrúpulos, capaz de dejarlo sin empleo o de calumniarlo con la acusación de cobrar de la parte contraria cuando, en realidad, se limita a no dejarse comprar por ninguna.
Estas líneas sólo transmiten un grito de ánimo para ese puñado de valientes. Manuel Jiménez, director del Mesón Txistu, el filósofo del pueblo llano, me pregunta: “¿Qué habita en las conciencias de los otros?”. Y no sé qué responder.