El resultado más justo al acabar el tiempo reglamentario hubiera sido el empate: el Atlético, salvo la jugada del gol, no se había acercado por el área contraria, mientras su rival recordaba al Bayer de Múnich semifinalista, mucho dominio pero poco peligro; en esos momentos el fútbol era particularmente cruel con Íker Casillas: en una temporada muy complicada, el tantas veces héroe en su equipo y en la selección se había mutado en villano merced a su “autogol”, Godín mediante, de la primera parte. En las emisoras y en las redacciones estaban clavadas dos cruces y no precisamente en el monte del Olvido, una para él y otra para el técnico transalpino. Pero a poco más de 120 segundos para acabar el partido la crueldad cambió de bando y se cebó, como casi siempre, con el más débil, volviéndose a repetir la triste historia de hace cuarenta años.
El golpe mental estaba dado, el físico quizás lo pudo haber provocado la decisión del técnico colchonero de alinear a un lesionado Diego Costa que aguantó nueve minutos en el campo: la ambición y el egoísmo del hispanobrasileño puede que engañara a Simeone, pero con los informes médicos en la mano y viendo el calentamiento anterior al partido la responsabilidad del Cholo es manifiesta. Un hombre de refresco durante la prórroga seguramente no habría evitado la derrota, pero el cuento podría haber tenido otro final, nunca lo sabremos. En lo que sí coincido plenamente con el técnico argentino es que no puede decirse que el Atlético haya fracasado: no ha habido doblete, pero esta temporada figurará con orgullo en los anales aunque sea bastante atractivo el apelar al malditismo de “El Pupas”: con el rendimiento demostrado este año los rojiblancos deben renegar de esa etiqueta.
El Real Madrid ganó su ansiada décima Copa de Europa, la más sufrida de las últimas cuatro y, consecuentemente, la más disfrutada; en este caso el fútbol sí ha sido generoso con tres jugadores españoles que se convertirán en leyendas cuando cuelguen las botas: Íker Casillas, Xabi Alonso y Sergio Ramos ocuparán junto a sus compañeros del Barça un histórico Olimpo que será recordado incluso por los que nunca les vieron jugar. Desde luego al fútbol visto en la final de Lisboa no le ocurrirá esto, dado que lo único digno de mención fueron los minutos de la prórroga hasta el gol de Bale, momento en el que el Atleti sacó la bandera blanca.
Para acabar me gustaría lanzar una sugerencia a la FIFA: al igual que los escudos de las selecciones muestran una estrella por cada Mundial ganado, ¿por qué no crear un nuevo símbolo para los campeones de cada región (Europa, América, Asia…) que alcancen la cifra de diez títulos continentales? Aunque actualmente los ganadores de cinco Champions o tres consecutivos pueden lucir en la manga la silueta de la orejona y el número de títulos logrados, considero que ese nuevo emblema colocado perennemente encima del escudo, con independencia de la competición en la que se participase, honraría como se debe a aquellos clubes que son patrimonio del fútbol internacional.