España es el único país del mundo en el que se anuncian las investigaciones antes de que concluyan y se señalan culpables antes de que los jueces dicten sentencia. Sucede en la vida cotidiana y el deporte, el fútbol, no es ajeno a esa realidad social. Más aún, siempre he sido de la opinión de que el fútbol es un altavoz que amplifica las voces de los
ciudadanos. Mientras los políticos nos han acostumbrado ya, lamentablemente, a un espectáculo bochornoso de enfrentamientos pueriles y partidistas, que perjudican gravemente la imagen de Estado y, en consecuencia, los intereses del propio Estado, ahora se unen extrañas circunstancias que pretenden convertir en tramposo a un colectivo que viene siendo limpio desde los inicios del siglo XX.
España es el único país del mundo en el que se pretende limpiar la casa propia lanzando la basura por la ventana. En lo que hace referencia al fútbol, somos una nación maravillosa, conquistadora de títulos y transmisora de filosofías de vida sobre un campo de juego. Hemos ganado campeonatos de Europa, medallas de oro en Juegos Olímpicos y una Copa del Mundo que nos llena los ojos de alegría. Tenemos selecciones de base que abarrotan las vitrinas de victorias y de trofeos y una estructura organizativa que nos ha aupado al Olimpo del balón. Lo han hecho posibles cientos de miles de directivos modestos, de clubes humildes, de federaciones territoriales, héroes sin nombre a los que nadie les dará nunca un premio. Por eso, me duele que se aireen las bazofias y se aparquen las bondades, que sigamos siendo un país autodestructivo cuando pertenecemos a una sociedad capaz de construir sus sueños y hacerlos realidad.
Debemos defender, en mi modesta opinión, que la mayoría de las cosas se hacen bien y que conviene destacarlas, que los trapos sucios se lavan en casa y, después, se abren las ventanas para ventilar pero no al revés. No saben el daño que hacen a las ilusiones de los que, quizá desde la ingenuidad, seguimos creyendo en la bondad del ser humano como norma y la maldad como excepción. Los que gobiernan, sea en la política o en el
deporte, o en esa mezcolanza extraña de ambas áreas, deben asumir responsabilidades y, básicamente, la que más escasea es la sensatez, consecuencia de la reflexión y el pensamiento.