El entrenador es un ser sometido a situaciones de gran complejidad. Todo cuanto saben a ciencia cierta es que, si los resultados no les dan victorias, serán despedidos. El resto de factores no suele someterse a la consideración de las juntas directivas o consejos de administración integrados, en general, por hombres temblorosos de que los pañuelos que van hacia el campo se tornen en dirección al palco.
Antes de que liga haya disputado una docena de jornadas, ya habrá entrenadores engrosando las listas del paro y otros que ven cuestionado su rendimiento al frente de cualquier equipo. No se les cuestiona el trabajo porque, habitualmente, los dueños o altos cargos de los clubes no saben cómo entrenan estos técnicos ni cómo trabajan ni por qué enfocan la temporada de una u otra manera. Por costumbre, ni van a ver algunos entrenamientos, salvo para salir en los medios de comunicación, que hacen noticia de un tiempo a esta parte de gran cantidad de tonterías.
Siempre he pensado que es más fácil echar a un entrenador que al conjunto directivo. Al despedido le paga el club o la SAD, lo que no repercute en el bolsillo de la clase dirigente. Si los que marcharan fueran los consejeros o directivos, no pagaría nadie y la economía del club no se resentiría, tan solo sus propias vanidades. Se protege más la vanidad propia que la cuenta de resultados ajena.
A esta clase de despidos, suelen preceder algunas declaraciones de los administradores de los clubes en las que se hace patente su confianza en el entrenador, la seriedad de su trabajo, la calidad de la plantilla- que casi nunca es tan elevada-, los fichajes magníficos que se han hecho- que tampoco resultan tan magníficos- y se termina por exigir compromiso a todos los estamentos del club, afición, cuerpo técnico y futbolistas. A todo el mundo menos a ellos, que todo lo hacen bien y que no son juzgados por nadie: sólo por los pañuelos y en día de partido. A eso le tienen terror: Pañuelofobia y la eterna canción de “fulanito, vete ya”.
Cuando empiecen a caer entrenadores, tendré en mi pensamiento las grandes preguntas y la jamás hallada respuesta: ¿Quién se equivocó? ¿Le dieron lo necesario? ¿Lo respaldaron en condiciones? ¿Era el más adecuado? ¿Despidieron al anterior con justa causa? ¿Priman los personalismos? ¿Están realmente preparados para gestionar y dirigir un club de fútbol?
No lo sé. La única respuesta que he encontrado a tantas preguntas es que “había que buscar un revulsivo”. Y, encima, le pagarán tarde y mal y lo desacreditarán en las tertulias de los bares. Ver para creer.