El futbol permite que la imaginación vuele antes, durante y al final de las temporadas. Los que hace tres semanas observaban en lontananza un año de bienes y abundancias, sufren ahora la pesadumbre de observar la botella casi vacía y viceversa. El mundo es volátil por naturaleza, falta criterio y se ha bipolarizado la sociedad de consumo. Queramos o no, la clave de casi todo reside en el consumo.
Los medios de comunicación escritos ofrecen sus portadas en función de las ventas que generan quienes en ellas aparecen. De situar a una estrella u otra, de un Cristiano o un Neymar a un gran baloncestista, entraña un treinta por ciento de la venta en juego. Los espacios televisivos dedicados al deporte saben que las audiencias obligan a dar 40 ó 50% al Real Madrid, 25% al Barcelona y el resto a repartir entre los demás. Estos altavoces venden también una oscilación en el ánimo de los ciudadanos. Es la pasión interpretada, desequilibrante, desequilibrada. Nos guían más por percepciones, cuando no por deseos, que por realidades a largo plazo más cercanas a la realidad.
Por este motivo, el Real Madrid era hace un par de meses un equipo desahuciado, con Iker a punto de jubilarse tras perder en Anoeta, y ahora es el favorito para el triplete. Y el presuntamente guardiolista espíritu de Luis Enrique ha caído como un peso muerto.
Hay algo desequilibrado. Posiblemente, sea el criterio de vender falsas pasiones a cambio de grandes titulares. Necesitamos análisis frío, profesional y sereno. El trabajo no sólo es de calidad cuando vas el primero. Ancelotti era un gran entrenador hace dos meses. Y Luis Enrique es el mismo también ahora.