A finales del pasado mes de noviembre Juan Carlos Navarro cumplía quince años desde su debut en la primera plantilla del Barcelona FC de baloncesto, su club de toda la vida aun incluyendo su breve paso por la NBA; quince años “amargándonos” la vida a los seguidores madridistas y casi los mismos haciéndonos creer en lo imposible con la Selección.
Como la inmensa mayoría de los aficionados al baloncesto le conocimos en las semifinales de aquel mundial sub-20 del año 1999. Tras haber ganado el “mundialito” de Mannheim el año anterior, la expectación era máxima; aquel primer partido televisado y sobre todo en la final ante Estados Unidos era la primera vez que le poníamos cara a este chaval que lideraba un grupo formado por gente como José Manuel Calderón, Raúl López, Carlos Cabezas, Felipe Reyes y Antonio Bueno, en el que un desgarbado Pau Gasol ejercía de suplente y con el que ya entonces era destacado por los locutores por haber “inventado” lo que con los años llamaríamos la “bomba Navarro”, una vaselina en suspensión que libraba con una parábola increíble la envergadura de los pivotes contrarios para que la pelota cayera a plomo dentro del aro. Aquella remontada agónica frente a los yanquis fue el segundo de sus títulos tanto con España como con el Barça, iniciando una era que, con los años, estoy seguro que la recordaremos con su nombre.
Cuando uno se entrega al mentiroso pasatiempo de elegir al mejor jugador de todos los tiempos, si se es medianamente sincero, debe acotar su elección a lo que ha conocido en el tiempo que ha vivido. Hasta los pasados Juegos Olímpicos de Londres, cuando me entregaba a este entretenimiento con los amigos, mi respuesta era siempre invariable: Juan Antonio Corbalán y, a muy escasos centímetros de ese podio, Wayne Brabender; vale, reconozco que me tiran los colores, pero en mi elección del escudero en ese trono imaginario, consciente o inconscientemente, siempre olvidaba a un tal Epi. Después de la última plata olímpica la actuación una vez más sensacional del genio de San Feliu me ha hecho rendirme a la evidencia: puede que no tenga un anillo de la NBA como los de su amigo Pau, no hablamos de títulos en esta elección, pero su personalidad, su carisma, su calidad siempre ha sido un imán que atrae a toda persona que ame este deporte. Con su presencia en la cancha cualquier equipo es batible, cualquier triple no está lo suficientemente lejos, cualquier remontada es posible.
Juan Carlos tiene la posibilidad de colgar las botas tras el mundial que se celebrará en España en 2014. Si las lesiones lo respetan, esperamos asistir al último gran torneo de una generación de jugadores a la que me niego a calificar de irrepetible, en primer lugar porque creo firmemente que el reinado actual de Estados Unidos deberá acabar algún día, y confío en que alguna buena selección española recoja ese cetro y lo mantenga unos cuantos años; en segundo lugar, porque espero que con la Bomba Navarro no se haya roto el molde con el que fue forjado. Ojalá no tarde otros casi cuarenta años en escribir, con otro nombre, un artículo como este. Y que ustedes lo vean.