Las victorias necesitan soportes estructurales, tendencia a la que el fútbol español ha comenzado a hacer caso hace relativamente poco tiempo. La profesionalización de esas arquitecturas empresariales han dado los mejores resultados en pocos años. Si analizamos casos concretos, observaremos que un club bien organizado, dirigido por expertos en el mundo de la empresa con la especificidad propia y exclusiva del fútbol, es una entidad que alcanza el éxito.
Hay áreas que deben estar en manos especializadas, la economía y las finanzas, las operaciones empresariales, el área deportiva, tanto en los aspectos profesionales como en la estructura del fútbol formativo y el área social, del que tantas personas, socios, abonados, seguidores o simpatizantes, requieren una atención singular. Un club de fútbol no son once chicos que juegan con una pelota sino una organización profesional debidamente equilibrada entre los problemas coyunturales y las dificultades estructurales.
Para conseguir el éxito, hay que eliminar los personalismos. Ya han pasado los tiempos del presidencialismo del siglo pasado, del que apenas quedan rescoldos, y pasar a la organización colegiada, compartida en las responsabilidades y en los aciertos. El club necesita un líder, sin ninguna duda, y el área deportiva un coordinador que, en ocasiones, debe ser el reflejo de la autoridad. Sin embargo, la autoridad no se ejerce pavonea ni se publicita, simplemente se ejerce desde un prisma moral, la auctoritas. No es necesario acudir a la potestas, ya en desuso, al manu militari, al ordeno y mando. Se hace preciso una convivencia basada en el dialogo y en la planificación, de tal modo que todos se sientan partícipes de todo el trabajo común del club.
Todos deben trabajar para que los éxitos deportivos catapulten a la sociedad, sobre la base de una economía saneada y un clamor social transformado en sentimiento lanzador del equipo. El fútbol necesita mucha cabeza, mucha planificación, decisiones sopesadas y reflexionadas, ideas debatidas y soluciones categóricas, es decir, un criterio sólido que provoque opiniones sensatas. Cualquier aficionado tendrá en su mente cualquier nombre, el nombre del éxito. No hay victoria sin trabajo y ese trabajo debe ser profesional, serio, riguroso y discutido para que las conclusiones sean igual de acertadas en el debate que en la práctica.