El fútbol profesional ha emprendido una cruzada contra la Agencia Estatal de la Administración Tributaria, a la que culpa de todos los males habidos y por haber, en una veloz e ininteligible carrera hacia el abismo. No es bueno fusilar en los medios de comunicación a aquellos a los que se les adeuda dinero de una forma que me atrevería a llamar “tradicional” puesto que tradición o costumbre parece que los clubes de fútbol no paguen sus impuestos.
No deja de ser cierto que la permisividad de Hacienda ha contribuido a que la deuda engorde pero no por ello podremos culpar a quien ha dado facilidades para pagar de que otros no hayan pagado. Resulta un contrasentido.
Si el Estado concedió aplazamientos al uno por ciento y los clubes evitaron pedir créditos a intereses muy superiores, cuando además nadie se los concedía, sólo puede decirse que ha habido una mala práctica en las sociedades que han preferido financiar el fichaje de grandes estrellas a costa del bolsillo nacional antes que aprovecharlo para pagar otras deudas.
El fútbol profesional debe gran parte de su existencia a las bondades de la Agencia Tributaria. Seguramente, algún club pueda sentirse peor tratado, pudiera ser, no lo discuto. Sin embargo, la generalidad del problema nos dice que ha habido muchos malos gestores en el fútbol profesional, junto a otros pocos que han sido excelentes. Las pruebas se advierten cuando contamos cuántos de ellos han solicitado la aplicación, y la ayuda cuando no la trampa, de la legislación concursal.
Para resolver esta clase de problemas es menester dar la cara y no mentir, cumplir lo que uno compromete y portarse como un señor. Sacar los pies por delante y escupir a quien te ha ofrecido repetidamente su mano no es propio de caballeros.