Resulta sorprendente que alguien se haga cruces por el simple hecho de que la FIFA haya prohibido la multipropiedad de derechos económicos que proceden de los derechos federativos. Tal parece que existen agentes sociales que consideran al futbolista como una mercancía a la que se puede alquilar o comprar por trozos.
En cualquier caso, lo que parece evidente es que esta prohibición viene de lejos y que todos sabíamos que se produciría de un momento a otro. Una de las causas que persigue esta prohibición, además de dispensar al jugador el trato de ser humano, es la de evitar que los clubes se puedan saltar sus propias reglas de juego limpio a la hora de encarar operaciones de financiación.
Los fondos de inversión aparecieron en el fútbol español como alternativa a los bancos, que tras la crisis estadounidense que arrasó Europa, se convirtieron en tacaños para conceder créditos, dejándole el protagonismo como única vía de ingresos a cambio de hipotecar a toda la plantilla si fuera necesario. No es preciso afirmar, por sabido, que algunos clubes acudieron a estos fondos para pagar salarios. Otros, pagaron deudas atrasadas con proveedores y algunos, listos como el hambre, malgastaron hasta quedarse en la bancarrota.
Con eso y con todo, los fondos siempre han pecado de oscurantismo, de sombras, escondidos de un público que, probablemente, hubiera agradecido su ayuda al club de la ciudad. La FIFA y sus asociaciones están obligadas a velar por la integridad del sistema y por la industria que a tantas familias mantiene. El dinero del fútbol debe ser para el fútbol. Creo, respetuosamente, que sobran buitres sobrevolando nuestro fútbol.