Cuando nuestro padre falleció, el 30 de octubre de 1.974 después de entrevistar al inolvidable Tati Valdés, yo no imaginaba que mis proyectos de abogacía del Estado se truncarían para siempre. Sin embargo, aquella misma noche pasé de aspirante a jurista a periodista por obligación. Y así, me encontré con una profesión que sólo conocía visualmente, es decir, a través de observar a mi padre escribir, preparar guiones para programas en su pequeña Olivetti Lettera 36 y de acompañarlo algunas noches a las redacciones del viejo Voluntad y de El Comercio, donde ya el inolvidable Paco Carantoña gobernaba la ciudad como el rey Pelayo caminaba hacia su Covadonga de cada mañana. Semblanzas de Gijón.
Manolo se ocupó de aquel pelirrojo revoltoso, inconsciente, adolescente y alborotado. Le tocó enseñarme, corregirme, devolverme al redil, con mano firme, con trazo seguro, y le correspondió dar ejemplo de lo que la ciudad quería y el periodismo del último año del franquismo toleraba. Manolo resultó magistral desde el primer día. Todos sus empresarios han admirado sus valores profesionales y sus cualidades humanas, en ambos casos excepcionales. No conozco a nadie que sea mejor que él en lo suyo ni con los suyos. Se ganó el respeto de todos a base de tenacidad y acierto, de saber estar, de guardar el off the record sin perdonar una exclusiva. En eso, ha sido maestro. Lo sigue siendo. Sus rivales lo han sufrido, y lo seguirán sufriendo porque, con el tiempo, ha hecho de la ironía la gran bandera del positivismo. Reúne ese gijonesismo intelectual que Alfonso Ussía definiría entre cachondo y peligroso, mezcla imposible de sidrería con alfombra persa.
Manolo Rosety es, en sí mismo, una semblanza de Gijón, con aromas del Naútico y de Cimavilla, del bario La Arena, del Hípico, de los guateques del Junior y de los goles en el Corazón de María y en La Braña, de las olas del Muro, de las crónicas y páginas brillantes en EL COMERCIO. Su vida se llama Gijón y se apellida Sporting. Cuatro décadas prodigiosas de periodismo brillante, real, sacrificado y sufrido, gozado y emocionado, sereno, tantas veces solitario. Periodismo a rayas rojiblancas; de altísima exigencia en la crítica, que genera dolor; de moderación en la alabanza, que produce autocomplacencia. Periodismo rojiblanco que se tiñe de la plata más merecida, de la Medalla de Plata al Mérito Deportivo, un bellísimo reconocimiento profesional y humano que llega desde el lejano Madrid y en el nombre de España, desde los desconocidos que han sabido apreciar su sabiduría y buen hacer. Orgullo de Gijón, del Real Sporting y de Asturias. Y de Ana, y de Paula y de Ricardo.
Siempre dije que es mi hermano, mi maestro y mi mejor amigo. Hoy, siento por su Medalla una infinita alegría pero, sobre todo, noto que me llegan desde algún lugar las palabras, las sonrisas y las lágrimas de nuestros padres fallecidos, Teresa y Gaspar. “Nosotros siempre supimos cómo era Manolo”. Enhorabuena, hermano. Merecido lo tienes.