Mañana, volveremos a jugar otra final. Ya son muchas las que se acumulan sobre nuestras espaldas y siempre con el veredicto a noventa minutos de distancia, en la victoria y en la derrota. Cambian los rivales, varían los escenarios, mudamos las alabanzas por las críticas y toca volver a empezar. El fútbol es proclive al apasionamiento, que desboca en las alegrías y también en las penas, especialmente, cuando un solo gol nos hace enloquecer para lo bueno y para lo malo.
He pasado muchas horas con la Selección y más, concretamente, con esta Selección Española de hoy. Disfruto de la amistad y del cariño de bastantes de sus integrantes y siempre he vivido su trabajo con enorme respeto. Los he visto entrenar y tan en serio atacan una pachanga o un rondo como el partido de competición. Entrenan como juegan y juegan como entrenan. Nos han dado tantos instantes de gloria que aquel minuto de Torres en El Prater dura ya seis años.
Quiero decir que tengo fe; y base para que esta creencia madure sobre los cimientos de la experiencia. Creí en lo que no había visto y ahora creo en lo que no veo y en lo que ya vi. España puede ganar y perder porque, cuando se juega, sucede que el destino es uno u otro. Y en la derrota no saldrá de mi pluma una sola censura ni una crítica. Solo tendré para esta Selección una infinita gratitud. Lo mismo que en la victoria. Gratitud. Desde Iker, gran capitán, hasta Damián García, que encierra la memoria del vestuario en el Reino de los Cielos. Sigamos remando. Tengamos fe. Somos España.