30 May, 2013

Hacienda está vigilante

Crece la idea, anunciada por algunas personas, de vender la plaza de un equipo en la liga, es decir, transmitir lo que se viene denominando derechos federativos de la competición, con ánimo de sanear las cuentas. Llega esta sugerencia tras la actuación de algunos juzgados de lo mercantil que, desoyendo la norma deportiva, consideran esos derechos federativos como parte del activo de los clubes en concurso, y por tanto, susceptibles de ser transmitidos.

Se trata de una cuestión peligrosa y muy discutible desde el punto de vista legal. Si una sociedad anónima deportiva se extingue, y vende su plaza a un tercero, los acreedores del vendedor podrán ver muy disminuida, e incluso llegar a perder, cualquier opción de cobrar sus deudas, ya sean organismos públicos como la Agencia Estatal de la Administración Tributaria y la Seguridad Social, o cualquier entidad privada, personas físicas y jurídicas, que implica a futbolistas y a empresas.

A mi juicio, la situación se nos ofrece como un plan de saneamiento encubierto, dado que las deudas pueden llegar a diluirse dentro del proceso de liquidación de la entidad en concurso, que venderá su plaza a una nueva entidad que, incluso, podría lucir nombre y colores muy similares a la extinguida. Creo que se nos avecina una trampa. Quienes así pretenden hacer desaparecer sus deudas por arte de magia podrían colocarnos ante un mecanismo de fraude a los acreedores. Si esta práctica se generalizase, las sociedades ya no verían atractivos sus convenios dentro del proceso concursal, al poder acudir a este mecanismo de “refundación” y, lo que es peor, podríamos hallarnos ante una modificación del sistema y diseño de la competición, convirtiendo la liga española en un sistema de franquicias al estilo norteamericano cuando el modelo europeo contempla tan sólo la participación y los ascensos por méritos en la competición. Siendo la organización de ésta una función pública delegada en las federaciones, corresponde actuar al Gobierno y, más tarde, al Parlamento. A la Agencia Tributaria no le gusta que le tomen el pelo. Y esta historia huele a engaño desde lejos.