20 Mar, 2003

Humilde tratado de “Gilología”

Fiel a su estilo tradicional, Jesús Gil continúa tomando decisiones traumáticas. La salida de Paulo Futre del Atlético resulta inevitable ahora pero fue bien evitable antes, cuando debieron tomarse otras decisiones más prudentes y más sensatas. El portugués ha sido el abanderado del presidente, el que le hizo ganar las elecciones, su Figo. Luego fue la estrella del equipo y la imagen del club. Se fue, volvió y hasta le prestó dinero. Su última aventura en rojo y blanco contribuyó a poner orden en un departamento deteriorado, en unas estructuras inexistentes y en un club sumido en el caos y en el camino de Segunda B. Los méritos que han hecho él y sus colaboradores son notables. Lo que Gil no hace es decir en voz alta lo que piensa: las comisiones. Hay un Gil pendenciero, liante, grosero y ordinario, negociador cruel y aprovechado, que sabe de comisiones mucho más que Futre y que cualquier hijo de vecino. Y hay un Gil provocador, atrevido, en las cloacas de la política municipal, profesional del chanchullo y del escándalo. Hay un Gil amenazador, “con los Gil o la ruina”, “O yo o el caos”, un Gil pitoniso de malos augurios. Y hay un Gil afable, cariñoso, padrazo, un Gil de Valdeolivas y de Imperioso. (Luego hay también otros Gil: los hijos). Ahora, pierde a Futre porque sus amores son trimestrales. Los Gil se quedan solos ante la liga y ante Luis Aragonés y sus decisiones de futuro. Solos ante Villarejo y Castresana (peores rivales que el Recreativo de Huelva), solos ante la Audiencia Nacional y ante el Supremo, porque desean que llevar todo al corner, pisar la pelota y que nadie se la quite. Lo digo con dolor pero el discurso de Gil huele a rancio, está pasado de moda. Ya no convence. Su defensa no puede hacerse desde la amistad y el cariño sino desde los argumentos. Lamentablemente, se le acabaron hace tiempo