El abrazo y el beso en la noche lisboeta explican por sí mismos las mejores cualidades del futbolista español del siglo XXI. Casillas y Ramos se llevan bien entre ellos y con todo el mundo. Son chicos de alma blanca, leales a una causa y a un sentimiento común.
Iker y Sergio unen sensaciones, ejercen sin rubor la generosidad y la solidaridad y su actitud ante la vida, positiva, moderna, superadora de dificultades, los convierte aún en futbolistas más grandes. Porque donde hay un problema, el necio pone otro problema, mientras estos capitanes aportan una solución.
Siempre fui devoto de Iker, aliado con la calidad profesional y humana, con las cualidades que siempre exigimos. Él representa los valores humanos, más antiguos que el propio fútbol. Porta en su brazalete de capitán eterno las virtudes tradicionales. Del beso del Soccer City al beso de Lisboa. Besos de portada.
Sergio llegó la última tarde de un verano caliente para hacerse el dueño de la finca y tardó muy poco en ganarse el Bernabéu y el corazón de los españoles. Ramos, el mejor amigo de Antonio Puerta, triunfó por los dos. Demasiada vida para ser desperdiciada.
Iker y Sergio ofrecen un palmarés espectacular y, aunque lo merecen, seguramente no les darán el Balón de Oro. Creo que no lo necesitan porque lo que tienen de oro es el corazón. Contar con su afecto y amistad resulta un privilegio indescriptible. Les doy las gracias por ello y por todo lo demás.
Gustav Klimt los convertiría en laurel, íconos de la felicidad, como “El Beso” de Apolo a Daphne, que duerme en Viena en la Galería del Palacio Belvedere.