Con el mismo esfuerzo, o quizá menor, que realizó en El Molinón frente al Real Sporting, el Real Madrid le metió cinco goles al Real Betis, equipo desconocido en su faceta defensiva e irreconocible en la creación de juego. De este modo, se confirma que, en el fútbol, sólo cuenta el resultado y que las críticas hacia el equipo de Benítez eran infundadas en Gijón mientras mereció todos los elogios del Bernabéu. La diferencia radica, en ocasiones, en la fuerza del rival. En esto, el Sporting hizo un partidazo y el Betis un partidillo.
Quizá, lo más destacado sea la aparición estelar de James Rodríguez, con dos supergoles, los destellos de Bale fuera de su posición natural, y llegando al gol con cierta facilidad, así como las intervenciones de Keylor Navas, un guardameta al que nadie le dio en su día la verdadera valoración que alcanza y que, ahora, con Iker en el Oporto, goza de la ocasión que necesitaba para lucirse como un portero de reconocimiento mundial.
Benzema es otro asunto interesante. Mientras se empeñen en verlo como un delantero centro goleador, no podrán advertir su enorme calidad y la elegancia de su fútbol y de sus movimientos. Karim es peculiar, distrae rivales, cruza diagonales y abre pasos de peatones e, incluso, autopistas, para el lucimiento de sus compañeros. A veces, se permite el lujo de ser el goleador del equipo y resurge ante la opinión pública como alguien que nunca fue. Esa es la gran contradicción, queremos que alguien sea como nunca ha sido sólo porque nosotros creemos que siempre lo fue. El Madrid ha vuelto. La Liga ha vuelto. Ha vuelto el fútbol. Bienvenido a casa.