Hemos leído mucho sobre la belleza de la jugada de Benzema, convertida en gol por Cristiano ante el Getafe. Casi todos los medios, han establecido una comparación con aquella otra legendaria, un golazo de Butragueño al Cádiz en 1987. No extraña, por ello, que muchos hayan llamado “Buitre” a Benzema, por la forma de llegar a la línea y regatear.
Sin embargo, a mi juicio, ni las acciones ni los protagonistas admiten comparación. Karim firmó una gran jugada pero no un gran gol, aseguró el éxito con un pase a Cristiano, hizo lo que tenía que hacer y, además, muy bien pero no marcó. Benzema es futbolista de gran calidad, un tanto invisible, a veces, aunque siempre efectivo, y su jugada merece el aplauso y el elogio de la belleza y la generosidad, del sentido práctico.
Emilio era otra cosa; era un genio. No nos compliquemos la vida. Hacía jugadas como las de Karim al Getafe con tanta frecuencia que no resultaba portada de ningún medio. Butragueño levantaba las posaderas de miles de espectadores en cuanto tomaba la pelota, la gente se preguntaba qué iba a pasar y, entonces, “El Niño” pisaba el área, se detenía, bajaba los brazos, adormecía el balón entre sus botas y convertía el tiempo en eternidad. Después, cualquier genialidad y gol. Por eso, Juanito lo sacó a hombros y le dijo aquella frase irreproducible.
Hay alguna diferencia entre dar el pase atrás o ir a por el portero y acostar la pelota entre las redes. Es la misma que separa al buen futbolista del genio. Con todo respeto para Karim y privilegiado por haber disfrutado a Emilio.