El fútbol goza de ciertas cualidades y el partido final del Campeonato de España-Copa de SM El Rey las aúna y las realza. Hemos disfrutado de grandes rivales, como los de mañana, y de otros con menos movimiento periodístico y popular. Sin embargo, siempre mantiene intactas sus características. Festiva, alegre, apasionante, intensa, universalmente atractiva y presidida por el Jefe del Estado.
Me gusta ver a las aficiones desde los fondos hasta el medio de las tribunas, vivir la fiesta de colores de la víspera, las familias y las pandillas de amigos llenando la ciudad que acoge el partido y esas zonas de seguidores en lugares distantes, ambos con la ilusión por bandera y las camisetas por uniformes. Sólo ocupa una fecha en el almanaque pero la convierte en el día más apasionante del año. Hasta la designación del árbitro gasta fama de primicia cuando es una decisión más dentro del año futbolístico.
Es notable, y parece lleno de mérito, lograr una noche de máxima atención cuando ya tenemos saturación de partidos y horarios en la liga doméstica y abundancia de eliminatorias en las competiciones internacionales, además de la presencia, siempre batiendo records de audiencia, de la Selección Española, la gran protagonista de nuestras temporadas.
A todo ello, basta añadirle que el partido sea disputado por el Real Madrid y el FC Barcelona, que trasvasan a diario sus realidades y ejercen un protagonismo extraordinario al que sólo planta cara el corazón rojiblanco del Atlético de Madrid, último y brillante campeón que aspira a la Liga y a la Champions.
Madrid y Barcelona, lleguen como lleguen, constituyen siempre una garantía de éxito. Que jueguen en paz.