Las apasionantes semifinales de la Champions League han dejado abierto un debate acerca de la utilidad de la posesión de la pelota en el fútbol moderno. Dada las filias y fobias que despiertan algunos entrenadores, por razones bien diferentes, se ha aprovechado este debate en perjuicio de la calidad de los técnicos en una errónea interpretación de la realidad.
Desde que tengo uso de razón, y desde que uso la razón para estos asuntos, recuerdo grandes equipos que jugaban al contraataque y que hacían las delicias del espectador con contragolpes llenos de profundidad, velocidad y acierto de cara al gol. Y, desde ese mismo tiempo, recuerdo otros equipos maravillosos que elaboraban su fútbol controlando el balón como quien maneja oro. Desde el Atlético de Luis Aragonés o el Valencia del Piojo López hasta la Selección Española, campeona del mundo.
Tener el balón requiere darle un sentido. En primer lugar, y así lo afirma hace años mi admirado Miguel Ángel Adorno, la posesión es la mejor manera de defender. La segunda vertiente es la posibilidad de efectuar un ataque organizado y estructurado. Ello requiere velocidad, profundidad y un enorme esfuerzo físico en la recuperación inmediata del balón para volver a empezar. La posesión en sí misma sólo resulta un arma defensiva. Darle circulación rápida, eludir la presión del rival y precisar bien el juego combinativo abre las puertas del triunfo. No es en sí misma buena o mala sino la manera de usarla.
Bayern y Chelsea han sido goleados por fundamentos tácticos superiores y desarrollos de juego extraordinarios. Sin embargo, no fue la posesión, sino el concepto, la causa de su derrota. Los rivales fueron mejores. Mucho mejores.