Acabo de asistir a esta prueba, la más antigua de la vela gallega, y quizá española, en aguas de las provincias de Pontevedra y La Coruña. Sinceramente, he asistido a una experiencia apasionante, como todo lo que rodea al mundo del mar, de los vinos y del deporte, en general. Pocas veces se unen tres cuestiones tan vibrantes, que exigen tanto amor por las cosas bien hechas, y que generan tantas satisfacciones. El vino es un acto de amor.La vela también es amor en plena navegación.
El Club Náutico de Vigo y el Consejo Regulador de la DO Vinos de Ribeiro lanzaron esta apuesta que mantiene viva la vela en una época donde encontrar patrocinios se antoja difícil y en la que hallar soportes adecuados para los productos locales resulta complejo. La valentía de Miguel Ángel Viso, desde los viñedos de la Galicia interior, y el arrojo comercial y de comunicación de Roberto Goñi, gerente de la DO, la amabilidad de Trini Sarmiento, directora general de Casal de Arman así como la imprescindible experiencia y sabiduría de Silvia Fraga, verdadera especialista en comunicación política, directora general de Stem Comunicación, y a la que la vela le debe gratitud, hicieron posible este excepcional maridaje que honra al Parque Nacional de las Islas Atlánticas desde el sur hasta el norte. Nunca pude ser gaviota en las Cíes.
Tuve la gran suerte de seguir las cuatro etapas, guiado por Carlos y Pablo Villanueva y por Beatriz Herrero, insuperable anfitriona, dueños de las Bodegas de su apellido y aprendí, a través de los antepasados de Miguel Ángel Viso, que sacar un buen vino cuesta tanto trabajo y tanto esfuerzo que hay que apurar la copa hasta la última gota. Lo mismo hicieron los regatistas que tomaron parte en las pruebas, entre encalmadas y suertes de vientos, con todo un abanico de riesgos profesionales, apuraron también hasta la última gota de su sangre para alcanzar la victoria, bien celebrada, ciertamente, en los salones privados del Náutico vigués en presencia del alcalde olívico, Abel Caballero. Tampoco se perdieron el acontecimiento Lupe Murillo, presidenta del Pontevedra CF, con su marido, el empresario Serafín Portas, ni el presidente del RC Celta, Carlos Mouriño, siempre amable, cortés y afectuoso.
A través de esta excelente regata, el vino de Ribeiro, mezcla de historia y modernidad, de leyenda e innovación, se adentra en el corazón de los gallegos, y de los que no lo somos aunque en ocasiones lo parezcamos, para presentarse en sociedad con todos los pronunciamientos favorables. Ya en el siglo X, en los monasterios cistercienses de Leiro y comarca, se apreciaban estos caldos y hasta Cristóbal Colón llevo estos vinos a América.
La vela, sin patrocinios, no viviría. Nada sin patrocinios viviría hoy. Por ello, todas las aportaciones que llegan al deporte son muy bien recibidas y más, si llegan en medio de las impresionantes aguas atlánticas que bañan tan bellísimas costas como las gallegas, donde alzar las copas con un Ribeiro es, al tiempo, símbolo de victoria. Una competición extraordinaria a la que espero regresar el próximo año y, entonces, quizá sí, cumplir el viejo sueño de ser gaviota en las Cíes.