El 5 de mayo del 2002 un gol de Bruno ‘Barullo’ Marioni, en el otrora vetusto recinto de Ciudad Jardín, en el derbi insular frente al CD Tenerife, significó el principio del fin. Una jornada después, la última de aquella Liga, en San Sebastián, se consumó el descenso, pese al empate final (1-1), de la UD Las Palmas; también cayeron el CD Tenerife y el Real Zaragoza. Desde entonces hasta el pasado domingo, 21 de junio de 2015, el cuadro insular ha transitado durante trece eternas temporadas por los suburbios de nuestro fútbol: 11 temporadas en 2ª División y 2 en 2B. Demasiado castigo para una entidad; y sobre todo para una afición que cargó con todos los desmanes deportivos y no tan deportivos que le fueron cayendo encima cuan plaga bíblica. Trece largas temporadas alejados de los focos y de los principales mentideros futbolísticos. Demasiado tiempo no formando parte del selecto grupo de los históricos de nuestro fútbol. Y dicho hecho trajo consigo que el equipo amarillo fuera entrando en una sinergia negativa que estuvo a punto, incluso, de hacerlo desaparecer devorado por las insaciables fauces de la mala gestión y de las peores cabezas. La nave se escoró peligrosamente hacía su costado más débil y en varios momentos de su azarosa travesía el peligro de hundimiento fue plausible, fue admisible. Trece temporadas viviendo con el viento en contra, sorteando peligros varios, desafiando, día sí y día también, a los vendedores de humo que se acercaban a los aledaños de nuestras ilusiones y nuestros deseos. Años de absoluto desasosiego económico e institucional. Tiempos de sombras que ocultaron, momentáneamente, los años en donde una generación inolvidable paseó con garbo el nombre de Gran Canaria allende los mares. Lírica pura y dura. Romanticismo literario que enervó hasta casi el paroxismo a varias generaciones de aficionados de allá y de acá, de la isla redonda y del territorio peninsular. Liturgia envolvente y seductora. Durante décadas hemos vivido absortos y enganchados hasta las trancas de los ‘Diablillos Amarillos’. Pléyade de jugadores que destilaron un fútbol aromático que aún hoy los mayores de cincuenta recuerdan con especial cariño y con cierto aire de nostalgia. Juan Guedes, Antonio Afonso Moreno ‘Tonono’, Germán Dévora, Justo Gilberto, Aparicio, Oregui, ‘Mamé’ León, Castellano, Martín Marrero,… inolvidables, perdurables más allá del tiempo transcurrido.
Pero todo ese caudal inagotable, todo ese ‘el Dorado’ histórico quedó aparcado durante estas largas trece temporadas. Nos visitó el ostracismo, la duda, los miedos inherentes a nuestra condición humana, la histeria por correr para llegar cuanto antes al ‘Pireo’ de nuestros frenéticos anhelos deportivos. Jasón se vistió de amarillo y junto a Ulises y los argonautas partieron en busca del Vellocino de Oro. Viaje agotador, periplo lleno de desgastes vitales que dejó por los caminos múltiples cadáveres deportivos. ¡Cuánta penitencia para tan poco pecado cometido!
Y entre medias de todos estos avatares, un 4 de noviembre de 2004, la Udé recurrió a la Ley Concursal para aliviar el aluvión de demandas que se le venían encima por su mala gestión en los años anteriores. La Gran Canaria futbolística bramó para sí todo su dolor y su pesar. Tocó reinventarse asumiendo los variados errores cometidos. Es de justicia reconocer los méritos de unos y los deméritos de otros. La afición se tiró a la calle, los grandes de este deporte aunaron esfuerzos y en un ejercicio de desinteresado altruismo ayudaron a tapar las múltiples vías de agua que amenazaban con hundir a la nave amarilla. Demasiados embates, demasiados viajes a ninguna parte, demasiadas vueltas en círculo no sabiendo hacía donde dirigir la proa. ¿Lo recuerdas Gaspar?, aquellos programas desde el sur de la isla, en aquel hotel lleno de empaque y lustre, el Gloria Palace, que sirvió del plataforma para en un grito audible y sentido, muy sentido en todos los recónditos rincones de la geografía nacional movilizar conciencias, conciencias y otras cosas. Y todo ello pese a las riquezas de unos y las miserias de otros.
Trece temporadas alejados del señorío, del marquesado, de la zona noble, de los lugares de privilegios, de los estadios cinco estrellas, de las grandes ciudades, de las esencias y de las presencias más egregias. La historia le debía una a la Udé, la suerte, otrora esquiva y huidiza, se tornó favorable y en los estertores del partido frente a otro grande venido a menos, el Real Zaragoza, ¡sí, sí, ese Zaragoza!, el de siempre, el de los ‘Cinco Magníficos’, el de los ‘Zaraguayos’, el de la Recopa de París un gol postrero del ‘Chino’ Araujo mostró, al fin, donde se hallaba el tan perseguido Vellocino de Oro.
Se volteó la eliminatoria, se dio un golpe en la mesa, se apartó el catastrofismo largamente instalado en la entidad de Pío XII y con una fe inquebrantable se acometió la tan perseguida empresa de devolver al equipo, y por extensión a la ciudad a las portadas de los principales medios informativos.
Atracada ya la nave en el ‘Puerto de la Luz’ de nuestros corazones varios generales desembarcan para, a su forma y manera, reescribir la historia, algo que siempre estamos a tiempo de hacer. Paco Herrera, 61 años, experto marino logró lo que años atrás había conseguido Sergio Kresic, el último hacedor de un ascenso. El catalán, con ascendencia extremeña, logró traer a casa a los suyos tras un sufrido ejercicio liguero que siempre estuvo presidido por el doloroso recuerdo del episodio del encuentro frente al Córdoba la temporada anterior. Superado el trauma inicial, la asepsia fue más fácil y casi indolora. ‘Uli’ Dávila es historia.
Y no podemos cerrar el círculo sin citar a uno de los generales más reputados dentro de nuestro fútbol; Juan Carlos Valerón Santana, ‘El Duende en Paz’, ‘El Flaco’. ‘El Alquimista’. A sus casi cuarenta años y en sus últimas pinceladas de genio ha sabido asumir su rol entre bastidores para hacer vestuario. Impagable su penúltimo servicio a su equipo de siempre. Un señor dentro y fuera del campo. Él que fue capaz de someter a la Torre de Hércules con su fútbol poético y de ensueño, él que nos demostró que había vida más allá de Finisterre; sí, él, el de Arguineguín, el ultimo de los Guanartemes vivos. A lomos de su fútbol cadencioso y dulzón edulcoró nuestras vidas. “Cortita y al pie, maestro”. Ayer fue ‘El Insular’; hoy ha sido el estadio de Gran Canaria, Juan Carlos nunca se fue de nuestro lado.
La Udé vuelve a casa tras incontables viajes y múltiples vicisitudes. Ya era hora de ocupar su sitio entre los grandes. Ufano y merecido acomodo. Disfrutemos el ahora; ya mañana tocará pertrecharse de nuevo y acometer nuevas y variadas aventuras. Esto acaba de empezar. Se vislumbran excitantes viajes a los confines de la mejor Liga del mundo.
DIEGO DE VICENTE FUENTE
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EN MISLATA (VALENCIA) A 24 DE JUNIO DE 2015