15 Ago, 2004

De portosin al cielo

David es un personaje peculiar. En realidad, siempre lo fue. Después de pasar siete años en el seminario, estudiando filosofía, metafísica y teología, decidió que sus caminos estaba más cerca del fútbol que de Dios. Su acendrado galleguismo, su carácter polémico, su imagen de hombre militarista en el banquillo, le han ocasionado más perjuicio que beneficio cuando se le observa desde lejos. Pero tengo que decir que para mí hay un David Vidal entrañable, cercano, próximo, humano, sensible, que puede resultar desconocido para el gran público. Cuando hace unos días se declaró amante de la libertad y del juego de ataque, mucho lo tomaron a broma pero ese es el verdadero David. Sabemos muy poco del hombre que pasó años y años en el olvido, en su casa de Chiclana de la Frontera junto a su amigo Iñaki Churruca, sabemos muy poco, casi nada, de esas tardes largas pensando por qué nadie marca su teléfono para ofrecerle un equipo. Yo descubrí a David Vidal tarde, muy tarde. Fue en el otoño de 1.998 en un programa de la televisión autonómica valenciana. Allí, hurgando poco a poco en el personaje, me encontré con la persona. Me alegro de que ahora gane, que haya llevado al Real Murcia hasta lo más alto de la liga y de la Copa del Rey y de que sus futbolistas disfruten tanto sobre la hierba como si fueran estrellas de la Champions. David siempre tuvo que irse lejos de casa para intentar ser comprendido, para explicar sus métodos. Fueron Jesús Samper y su hermano Juan Antonio, dos hombres con una dilatada experiencia en el mundo del fútbol, a través del Real Madrid y de la Liga Profesional, los que le dieran esta sorprendente oportunidad. Ellos saben que sobre la mesa había decenas de faxes ofreciendo entrenadores pero prefirieron a David Vidal. Ahora, cuando todos lo encumbran, seguro que este gallego de Portosin, recordará que durante muchos años vio el Atlántico desde Barbate, desde Zahara de los Atunes, desde Chiclana, desde Cádiz y su teléfono apenas sonaba. El es el mismo de entonces, solo que ahora gana. Y ese mérito enorme del sufrimiento injusto e inmerecido debe serle reconocido. Porque el dolor enriquece pero destroza y nunca sabemos bien en qué medida. Que aquel Dios del seminario lo alumbre muchos años.