No he conocido mucha gente como él. Por su capacidad de trabajo y dedicación al fútbol, bien podemos afirmar que vive por y para el balompié. Y, conociéndolo, tengo la certeza de que su cabeza está metida de lleno en el Deportivo. Sin embargo, me asaltan algunas dudas. Joaquín es un ganador nato, un peleón, un guerrillero profesional, un estudioso y, al tiempo, un brigada reenganchado. No concibo el conformismo en Caparrós ni la asunción de una realidad que duele si se analiza. Y sus últimas manifestaciones vienen a destripar un “no podemos hacer más”.
Caparrós ha sido renovado por dos temporadas más cuando apenas había cumplido la mitad de la primera. No sé si el club ha buscado con ello un golpe de efecto o si, con buena voluntad, se ha apuntado a un signo de coherencia en la apuesta de futuro en lugar de caminar de año en año como sucedió con Jabo Irureta. De mi modesta capacidad de observación, nace la percepción de que Joaquín no puede llevar a cabo el trabajo que desea con los medios que necesita ni de la manera que a él le gusta hacer las cosas. Vengo apreciando un exceso verborréico en el entorno del equipo y, allí, al fondo, se interpreta una sensación de “esto es lo que hay”.
Joaquín ha sonado estos días en Madrid, ciudad en la que medio mundo busca entrenador, como un técnico cotizado. Y a mí, personalmente, no me sorprendería que en el mes de junio, una vez finalizado el primer tramo del proyecto, tengan que darse un apretón de manos en la Plaza de Pontevedra y despedirse con un sincero y nítido “no pudo ser, aunque a los dos nos hubiera gustado”.
Al Deportivo no le faltarían entrenadores ni a Caparrós ofertas. No siempre que se prometen amor eterno triunfa la convivencia en las parejas. Y, en ocasiones, queriendo serlo terminan por distanciarse. A veces no se dan las circunstancias adecuadas para llegar al final. Si la plantilla es para la mitad de la clasificación, Caparrós no sabrá vivir en esa zona de tibieza futbolística. Aspira a mucho más.