El adiós de “O Neno”, captado en una magnífica entrevista de mi compañero Alex Centeno en las páginas de LA VOZ, nos invita a la reflexión a través del almanaque. Han sido muchos años viéndolo jugar, con esa pinta de no haber roto jamás un plato, aún a sabiendas de que se cargaba las vajillas cada noche de fútbol. Fran renunció a todo, incluso al Real Madrid, por jugar en su Dépor del alma y la vida le recompensó con el enorme cariño de una ciudad y una afición que admiran su juego descarado y su carácter introvertido.
Fran ha sido uno de esos futbolistas que dejan huella, que han pasado por la historia reciente de nuestro balompié sin querer meter ruido, casi convertido en ausente eterno de la Selección en la que brilló mucho las pocas veces que fue y, sin embargo, líder espiritual y plástico de un equipo campeón. Cualquiera que eche la vista atrás para recordar los tiempos dorados de aquel Superdépor recordará siempre la imagen de Fran, con el diez a la espalda y el brazalete en la manga siguiendo las instrucciones del brujo Arsenio y sacando de la chistera las meigas que impregnaron de buen juego sus botas.
Galopadas por la izquierda, recortes por el medio, camino del balcón del área que se asoma con su media luna sobre una raya de cal, pases en diagonal envenenados, capaces de romper una defensa lineal y disparos a puerta que besaron las redes rivales, ora con suavidad, otrora con violentas explosiones propias de un cañonazo a bocajarro. Con la ausencia de Fran, y la inminente despedida de Mauro Silva, el Deportivo se enfrenta al síndrome de la soledad pues nada ya volverá a ser igual.
La personalidad del capitán y el alma del brasileño significan muchas cosas, más de las que parecen, en las páginas brillantes del equipo de la ciudad. Quizá no fuese una idea descabellada recordarlos para siempre en Riazor, dándoles sus nombres a las gradas del recinto playero. “Fondo Fran”, “Tribuna Mauro Silva”…o viceversa. Porque supongo que el alcalde se ocupará del asunto del busto, como viene siendo habitual.