15 Ago, 2004

Genio y figura de Diego Tristan

Confieso que Diego es una de mis debilidades, uno de esos futbolistas por los que podría pagar con gusto una entrada para ir al fútbol. El sevillano ha nacido con el arte entre las botas, con el balón entre las cejas, con esa magia que caracteriza tradicionalmente la escuela sevillana. Ya sé que dicen que es indolente, que le achacan los peores defectos de la noche y del amanecer, que su genio y su fantasía se difuminan entre las luces del alba… Ya sé que Diego tiene sus cosas, como todos las tenemos, que en ocasiones la cabeza no está donde todos esperamos, quizá donde realmente debiera, pero esa misma cabeza es también capaz de parir embrujos y hechizo cuando hay un balón cerca. Diego es la improvisación de la vida, la repentización que sorprende incluso a sí mismo, es una sonrisa con borceguíes. Siempre será idolatrado y despreciado, al mismo tiempo admirado y denostado, a la misma vez, dios y demonio. Tristán es así y a mí no me importa que salga por las noches, que le sople en las mejillas al croupier de cualquier mesa o que desayune churros con chocolate antes de ir a dormir. Diego me gusta como es, lo quiero como es, lo admiro como es y lo critico, también, por ser así. Porque en el pecado lleva la penitencia. Dicen que Ronaldo está gordo. Diego también. Ahora también. Sin embargo, el Príncipe del Orzán no necesita gente que lo riña o le censure sus andanzas o sus errores. A Tristán lo que de verdad le hace falta es una persona que lo guíe, que sepa sacarle todo el partido que lleva dentro, todo ese fútbol que huele a Triana, a Guadalquivir, a Giralda y a Torre del Oro. A Diego le hace falta un conductor de almas, un pastor de futbolistas. Ese es el reto de sus mentores. No es una cuestión de sobreesfuerzo personal. El fútbol implica labor de equipo. ¿Por qué no prueban a entenderlo, a comprenderlo y a ayudarlo? Quizás, de este hermosa manera, Diego vuelva a ser aquel chico que Fernando Vázquez invitó a romper porterías rivales cuando jugaba en el Mallorca. A mí, si me lo envuelven, me lo llevo puesto.